El
IMPOSTOR, Philip
K. Dick
- Uno de estos días voy a tomarme
tiempo - dijo Spence Olham en el desayuno. Miró a su mujer -. Creo que me he
ganado un descanso.
Diez años es mucho tiempo.
- ¿Y el Proyecto?
- La guerra será ganada sin mí. Esta
bola de arcilla nuestra no está realmente en mucho peligro. - Olham se sentó a
la mesa y encendió un pitillo -. Las máquinas de noticias alteran los despachos
para hacer aparecer que los Extraespaciales están sobre nosotros. ¿Sabes cómo
me gustaría pasar mis vacaciones? Me gustaría hacer una excursión de camping a
estas montañas en las afueras de la ciudad, donde fuimos aquella vez.
¿Recuerdas? Yo cogí zumaque venenoso y tú casi pisaste una culebra.
- El Bosque Sutton - Mary comenzó a
retirar los platos -. El Bosque se incendió hace unas semanas. Creí que lo
sabías. Alguna especie de rayo.
Olham se combó.
- ¿Y no intentaron nunca hallar la
causa? - Se contrajeron sus labios -. A nadie le importa ya nada. Todo en lo
que pueden pensar es en la guerra.
Apretó las mandíbulas, representándose
todo el cuadro en su mente, los Extraespaciales, la guerra, las naves-aguja
- ¿Cómo podríamos pensar en otra cosa
cualquiera?
Olham asintió. Ella tenía razón, desde
luego. Las pequeñas naves negras de Alpha- Centauri habían desviado fácilmente
a los cruceros de Tierra, dejándolos como indefensas tortugas. Habían sido
combates unidireccionales, todos en dirección a la Tierra.
Todos hacia allí hasta que fue
demostrada la ampolla protectora de los «Laboratorios Westinghouse». Tendida en
torno a las principales ciudades, y finalmente al propio planeta, la ampolla
era la primera defensa real, la primera respuesta legítima a los
Extraespaciales... como los etiquetaron las máquinas de noticias.
Pero ganar la guerra era ya otra cosa.
Cada laboratorio, cada proyecto estaba trabajando noche y día,
interminablemente, para encontrar algo mejor: un arma de combate positivo.
Su propio proyecto, por ejemplo.
Durante todo el día, año tras año.
Olham se puso en pie, dejando a un
lado su pitillo.
- Como la espada de Damocles - dijo -.
Siempre pendiente sobre nosotros. Me estoy cansando. Todo lo que deseo es tomar
un largo descanso. Pero supongo que todo el mundo siente lo mismo.
Cogió la chaqueta del perchero y salió
al porche. En cualquier momento aparecería el rápido microvehículo que le
transportaría al Proyecto.
- Espero que Nelson no se retrase -
dijo mirando su reloj -. Son casi las siete.
- Aquí llega ya el micro - dijo Mary,
ojeando entre las hileras de casas. El sol brillaba tras los tejados,
reflejándose contra las gruesas planchas de plomo. La colonia estaba tranquila;
sólo unas pocas personas parecían afanarse -. Hasta luego. Trata de no
excederte en el trabajo, Spence.
Olham abrió la portezuela del vehículo
y se deslizó en su interior, recostándose en su asiento con un suspiro... Había
un hombre mayor con Nelson.
- ¿Y bien? - preguntó Olham -.
¿Algunas noticias interesantes?
- Lo acostumbrado - respondió Nelson
-. Unas cuantas naves extraespaciales alcanzaron a otro asteroide abandonado
por razones estratégicas.
- Todo irá bien cuando llevemos el
Proyecto a la fase final. Quizá sea sólo la propaganda de las máquinas de
noticias, pero en el último mes ya me he aburrido de todo eso. Todo parece tan
torvo y serio, una vida tan incolora, tan sin motivo...
- ¿Cree usted que la guerra es en
vano? - dijo de pronto el hombre de más edad -. Usted mismo es una parte
íntegra de ella.
- Aquí el mayor Peters - anunció
Nelson.
Olham y Peters se estrecharon las
manos. Olham estudió al otro.
- ¿Qué es lo que le trae tan de
mañana? - preguntó -. No recuerdo haberle visto a usted antes en el Proyecto.
- No, no estoy con el Proyecto -
respondió Peters -, pero conozco algo de lo que está usted haciendo. Mi trabajo
es completamente diferente.
Una mirada se cruzó entre él y Nelson.
Olham la observó y frunció el ceño. El vehículo estaba ganando velocidad,
cruzando como una centella el pelado terreno sin vida hacia el distante borde
de los edificios del Proyecto.
- ¿En qué se ocupa usted? - preguntó
Olham -. ¿O no se le permite hablar de ello?
- Estoy con el Gobierno - respondió
Peters -. Con el FSA, el Organismo de Seguridad.
- ¿Ah? - Olham alzó una ceja -. ¿Es
que hay en esta región alguna infiltración enemiga?
- En realidad estoy aquí para verle a
usted -, señor Olham.
Olham quedó desconcertado. Consideró
las palabras de Peters, pero no pudo sacar nada en limpio.
- ¿Para verme a mí? ¿Y por qué?
- Estoy aquí para detenerle como espía
del Espacio exterior. Por eso me he levantado tan temprano esta mañana.
Atrápale, Nelson...
El arma presionó en el costado de
Olham. Las manos de Nelson temblaban de emoción y tenía la cara pálida. Respiró
profundamente.
- ¿Hemos de matarlo ahora? - cuchicheó
a Peters -. Creo que deberíamos hacerlo. No podemos esperar.
Olham miró fijamente a la cara de su
amigo. Abrió la boca para hablar, pero no le salieron las palabras. Ambos
hombres le tenían clavada una mirada torva, rígida de espanto. Olham se sintió
mareado. Le dolía y daba vueltas la cabeza.
- No comprendo... - murmuró.
En aquel momento el vehículo dejó el
suelo y se elevó en dirección al espacio. Bajo ellos, el Proyecto fue
empequeñeciéndose hasta desaparecer. Olham cerró la boca.
- Podemos esperar un poco - dijo
Peters -. Quiero hacerle primero algunas preguntas.
Olham lanzó una inexpresiva mirada, al
precipitarse el vehículo por el espacio.
- La detención se ha efectuado
perfectamente - dijo Peters en el videoteléfono, en cuya pantalla aparecieron
las facciones de jefe de Seguridad -. Un peso quitado de cualquier mente.
- ¿Alguna complicación?
- Ninguna. Entró en el vehículo sin
sospechas. No pareció pensar que mi presencia era demasiado insólita.
- ¿Dónde se encuentran ahora?
- En camino exterior, justamente
dentro de la ampolla protectora. Nos estamos moviendo a velocidad máxima. Puede
decirse que ha pasado el período crítico. Me satisface que los propulsores de
despegue hayan funcionado debidamente. De haber habido algún fallo en ese
momento...
- Déjeme verle - dijo el jefe de
Seguridad.
Miró directamente a donde estaba Olham
sentado, con las manos en el regazo, y la mirada fija adelante.
- Así que ése es el hombre - dijo
mirando a Olham durante unos momentos. Olham no dijo nada. Finalmente, el jefe
hizo un gesto de asentimiento a Peters -. Está bien. Ya basta.
- Una débil huella de disgusto arrugó
sus facciones -. Ya he visto lo que deseaba. Ha hecho usted algo que se
recordará durante mucho tiempo. Están preparando alguna especie de citación
para ustedes dos.
- No es necesario - dijo Peters.
- ¿Cuánto peligro hay ahora? ¿Existe
aún mucha probabilidad de que...?
- Hay alguna probabilidad, pero no
demasiada. Desde mi punto de vista, esto requiere una frase clave verbal. En
todo caso, hemos de correr el riesgo.
- Notificaré a la base Luna la llegada
de ustedes.
- No - Peters meneó la cabeza -.
Posaré el vehículo en el exterior, más allá de la base.
No quiero que corra ningún riesgo.
- Como desee.
Los ojos del jefe flamearon al mirar
de nuevo a Olham. Luego se desvaneció su imagen y la pantalla quedó en blanco.
Olham desvió la mirada a la ventanilla. El vehículo estaba atravesando ahora la
ampolla protectora, precipitándose cada vez a mayor velocidad. Peters se
apresuraba en la tarea de la apertura total de los propulsores. Tenía miedo,
una prisa frenética, a causa de él.
En el asiento de su lado, Nelson se
agitaba inquieto
- Creo que deberíamos hacerlo ya -
dijo -. Daría cualquier cosa por acabar ya con esto.
- Tranquilízate - dijo Peters -.
Conduce todavía para que pueda hablarle.
Se deslizó al lado de Olham, mirándole
a la cara. Tendió ahora una mano y le tocó cautelosamente, primero en un brazo
y luego en la mejilla.
Olham no dijo nada. Si pudiese
hacérselo saber a Mary, pensó de nuevo. Si pudiese hallar algún medio de
hacérselo saber... Miró en derredor. ¿Cómo? ¿El videoteléfono? Nelson estaba
junto a él, empuñando el arma. No había nada que pudiese hacer. Estaba cogido,
atrapado. ¿Pero por qué?
- Escuche - dijo Peters -. Quiero
hacerle algunas preguntas. Usted sabe a dónde nos dirigimos. Nos movemos en
dirección a Luna. Dentro de una hora alunizaremos en el extremo opuesto, en la
parte desolada. Y una vez lo hagamos, usted será entregado inmediatamente a un
equipo de hombres que espera allí. Su cuerpo será destruido en seguida. ¿Lo
comprende? - Consultó su reloj -. Dentro de dos horas sus partes serán desperdigadas
por el terreno. No quedará nada de usted.
Olham pugnó por salir de su letargo.
- ¿Puede usted decirme...?
- Seguramente, se lo diré - asintió
Peters -. Hace dos días recibimos un informe de que una nave del Espacio
exterior había penetrado la ampolla protectora. La nave soltó un espía en forma
de robot humanoide. El robot debía destruir un ser particular humano y ocupar
su lugar... - Peters miró tranquilamente a Olham, y prosiguió -: En el interior
del robot había una Bomba-U. Nuestro agente no sabía cómo sería detonada, pero
conjeturó que podría realizarse por una determinada frase hablada, o cierto
grupo de palabras. El robot viviría la vida de la persona que mataba, asumiendo
sus acostumbradas actividades, su trabajo, su vida social. Había sido
construido para parecerse a esa persona. Nadie notaría la diferencia.
El rostro de Olham se tornó blanco
como la tiza.
- La persona a la que debía
personalizar el robot - prosiguió Peters - era Spence Olham, un alto funcionario
de uno de los Proyectos de investigación. Y debido a que este proyecto particular
estaba aproximándose a su fase crucial, la presencia de una bomba animada moviéndose
hacia el centro del mismo...
Olham se miró fijamente las manos.
¡Pero yo soy Olham!
- Una vez el robot hubiese localizado
y matado a Olham, era una simple cuestión asumir su vida. El robot fue soltado
de la nave posiblemente hace ocho días. La sustitución se realizó durante el
último fin de semana, cuando Olham fue a dar un pequeño paseo por los cerros.
- ¡Pero yo soy Olham! - repitió,
volviéndose a Nelson sentado ante los controles -. ¿Es que no me reconoces tú?
Tú me has conocido durante veinte años. ¿No recuerdas cómo íbamos al colegio
juntos? - Se puso en pie -. Tú y yo estuvimos en la Universidad.
Ocupamos la misma habitación. - Se
dirigió a Nelson.
- ¡Apártate de mí! - gruñó Nelson.
- Escucha. ¿Recuerdas nuestro segundo
año? ¿Recuerdas aquella muchacha? ¿Cómo se llamaba...? - Se frotó la frente -.
Aquella del cabello negro. La que conocimos donde Ted
- ¡Calla! - Nelson agitó
frenéticamente su arma -. No quiero oír nada más. ¡Tú le mataste! Tú máquina.
Olham le miró fijamente.
- Estás equivocado - dijo -. No sé lo
que sucedió, pero el robot no me alcanzó nunca.
Algo debió ir mal. Quizá la nave se
estrellara. - Se volvió a Peters -. Yo soy Olham, lo sé.
No se me ha hecho ningún traspaso. Soy
el mismo que siempre he sido. - Recorrió su cuerpo con sus manos -. Debe haber
algo para probarlo. Llevadme de nuevo a Tierra. Un examen de rayos X, un
estudio neurológico, algo por el estilo os lo demostrará. O quizá podamos
encontrar la nave estrellada.
Ni Peter ni Nelson hablaron.
- Yo soy Olham - repitió de nuevo -.
Sé que lo soy. Pero no puedo demostrarlo.
- El robot - dijo Peters - no se percataría
de que no era el verdadero Spence Olham. Se convertiría en Olham tanto de mente
como de cuerpo. Se le habría dado un sistema de memoria artificial, un falso
recuerdo. Tendría su mismo aspecto, sus memorias, sus pensamientos e intereses,
realizaría su trabajo... Pero habría una diferencia. Dentro del robot habría
una Bomba-U, dispuesta a explotar a la frase detonadora - Peters se apartó un poco
-. Ésa es la única diferencia. Por eso es que le estamos llevando a la Luna.
Ellos le desarticularán y quitarán la bomba. Quizás explote, pero no importará,
por lo menos allí.
Olham volvió a sentarse, lentamente.
- No tardaremos en llegar - dijo
Nelson.
Se tendió hacia atrás, pensando
frenéticamente, al descender la nave. Bajo ellos estaba la superficie de la Luna.
cubierta de hoyos, la interminable extensión de ruina. ¿Qué podía hacer él?
¿Qué lo salvaría?
- Prepárese - dijo Peters.
En pocos minutos estaría muerto. Allá
abajo podía ver una motita, un edificio de alguna clase. Había hombres en él,
el equipo de demolición, esperando hacerle trizas. Le descuartizarían, le
arrancarían piernas y brazos, le harían pedazos. Y cuando no encontrasen
ninguna bomba, se sorprenderían; lo sabrían entonces, pero sería demasiado tarde.
Olham miró en torno a la pequeña
cabina. Nelson seguía sosteniendo su arma. No había probabilidad alguna por
aquella parte. Si pudiese conseguir un médico, hacer que le examinasen... era
la única manera. Mary podía ayudarle. Los pensamientos corrían desolados en su
cerebro. Sólo quedaban unos cuantos minutos, un brevísimo espacio de tiempo. Si
pudiese entrar en contacto con ella, comunicarse como fuese...
- Tranquilo - dijo Peters. El vehículo
descendió lentamente, dando un tope en el áspero suelo.
- Escuche - dijo con voz estropajosa
Olham -. Puedo probar que soy Spence Olham.
Consiga un médico. Tráigalo aquí...
- Allí está la patrulla - apuntó
Nelson -. Vienen hacia aquí - lanzó una nerviosa ojeada a Olham -. Espero que
no suceda nada.
- Nos habremos ido antes de que
empiecen a actuar - dijo Peters -. Estaremos fuera en un momento. - Se puso su
traje de presión, y tomó el arma de Nelson -. Yo le vigilaré entretanto - dijo.
Nelson se puso a su vez su traje de
presión con torpe apresuramiento.
- ¿Qué hay de él? - Señaló a Olham -.
¿También necesitará uno?
- No - respondió Peters meneando la
cabeza -. Los robots probablemente no necesiten oxígeno.
El grupo de hombres estaban casi junto
a la nave. Se detuvieron, esperando. Peters los señaló.
- ¡Adelante! - Agitó su mano y los
hombres se acercaron cautelosamente; envaradas y grotescas figuras en sus
inflados trajes.
- Si se abre la portezuela - dijo
Olham -, será mi muerte. Seré asesinado.
- Abrid la portezuela - dijo Nelson,
tendiendo la mano al picaporte.
Olham le observó. Vio la mano del
hombre apretarse en torno al metal. En un momento, la portezuela se abriría,
saldría expelido el aire del interior, él moriría, y entonces ellos se percatarían
de su error. Quizás en algún otro tiempo, cuando no hubiese guerra, los hombres
no actuarían así, enviando apresuradamente a un individuo a la muerte, porque tuvieran
miedo. Todo el mundo estaba asustado, todo el mundo estaba dispuesto a sacrificar
al individuo debido al miedo del grupo.
Él iba a morir porque ellos no podían
esperar a estar seguros de su culpabilidad. No había tiempo suficiente.
Miró a Nelson. Había sido su amigo
durante años. Habían ido a la escuela juntos. Había sido padrino de su boda. Y
ahora Nelson iba a matarle. Pero Nelson no era un malvado; no era su culpa. Era
la época. Seguramente pasó lo mismo durante las plagas. Cuando los hombres
mostraban una lacra, se les mataba también, sin un momento de vacilación, sin pruebas,
por la sola sospecha. En épocas de peligro no había otro medio.
No los reprochaba. Pero tenía que
vivir. Su vida era demasiado preciosa para ser sacrificada. Olham pensó
rápidamente. ¿Qué podía hacer? ¿Había algo? Miró en derredor.
- Ya va - dijo Nelson.
- Tienes razón - dijo Olham. El sonido
de su propia voz le sorprendió. Era la fuerza de la desesperación -. No tengo
necesidad de aire. Abre la puerta.
Nelson y Peters le miraron con
alarmada curiosidad.
- Adelante. Abridla. No supone ninguna
diferencia. - La mano de Olham desapareció en el interior de su zamarra -. Me
pregunto hasta dónde podréis correr.
- ¿Correr?
- Tenéis quince segundos de vida. - En
el interior de su zamarra se retorcieron sus dedos, con su brazo súbitamente
rígido. Se relajó, sonriendo ligeramente -. Estabais equivocados sobre la frase
de disparo. Sí, estabais equivocados al respecto. Catorce segundos ahora.
Dos rostros impresionados le miraron
fijamente desde sus trajes de presión. Luego pugnaron, se apresuraron, abrieron
la portezuela. El aire salió clamoreante, esparciéndose en el vacío. Peter y
Nelson fueron expelidos de la nave. Olham fue tras ellos, pero asiendo la
portezuela tiró de ella cerrándola. El sistema automático de presión produjo un
furioso ruido de escape de gases, restaurando el aire. Olham respiró con un
escalofrío.
Un segundo más y...
A través de la ventanilla vio cómo los
dos hombres se unían al grupo que se desperdigaba corriendo en todas
direcciones, vio cómo ambos alunizaban, uno tras otro y, sentado ante el panel
de control, reguló los dispositivos de gobierno. Y aún tuvo tiempo, mientras la
nave se enderezaba en el aire, de ver cómo los dos hombres abajo se ponían en pie
y miraban arriba, con las bocas abiertas.
- Lo siento - murmuró Olham -, pero yo
he de volver a Tierra.
Y dirigió la nave por donde habían
venido.
Era de noche. Chirriaban los
ensamblajes internos de la nave, perturbando la fría oscuridad. Olham se
inclinó sobre la pantalla del video. Se formó gradualmente la imagen; la
llamada se había efectuado sin dificultad. Lanzó un suspiro de alivio.
- Mary - dijo.
La mujer le miraba.
- ¡Spence! - jadeó -. ¿Dónde estás?
¿Qué ha sucedido?
- No puedo decírtelo. Escucha. He de
hablar rápidamente, pues pueden interrumpir esta llamada en cualquier momento.
Ve a las instalaciones del Proyecto y llama al doctor Chamberlain. En caso de
que no se encuentre allí, lleva a casa a otro doctor cualquiera. Haz que lleve
un equipo completo, rayos X fluoroscopio..., en fin, todo.
- Pero...
- Haz lo que te digo. Aprisa. Tenlo
dispuesto en una hora. - Olham se inclinó hacia la pantalla -. ¿Todo va bien?
¿Estás sola?
- ¿Sola?
- ¿Hay alguien contigo? ¿Ha... ha
entrado en contacto contigo Nelson o cualquiera?
- No, Spence. No lo comprendo...
- Está bien. Te veré en casa dentro de
una hora. Y no le digas nada a nadie. Lleva a Chamberlain u a otro con
cualquier pretexto.
Cortó la comunicación y consultó su
reloj. Y poco después abandonaba la nave, introduciéndose en la oscuridad.
Tenía media milla de camino.
Echó a andar.
Una luz aparecía en la ventana, la luz
del estudio. La contempló, arrodillándose junto a la valla. No había ningún
ruido, tampoco movimientos de ninguna clase. Consultó su reloj a la luz de las
estrellas. Había pasado casi una hora.
Un vehículo atravesó la calle,
prosiguiendo su rauda carrera.
Olham miró a la casa. El doctor debía
haber llegado ya. Debía estar dentro, esperando con Mary. Un pensamiento le
asaltó. ¿Habría podido abandonar la casa? Quizá la hubieran interceptado. Quizá
fuera a caer en una trampa.
¿Pero qué otra cosa podía hacer?
Con registros, fotografías e informes
de un médico, había una probabilidad de demostrar quién era. Si pudiera ser
examinado, si pudiera permanecer con vida el tiempo suficiente para que lo
estudiaran...
Podía probarlo de esa manera. Era
probablemente la única forma. Su única esperanza residía en el interior de la
casa. El doctor Chamberlain era un hombre respetado. Era el médico del personal
del Proyecto. Él lo sabría; su palabra en la cuestión pesaría decisivamente.
Podía superar con hechos la histeria, la locura que los dominaba.
Locura... eso era. Si tan sólo
quisieran esperar, actuar despacio, tomarse su tiempo. Pero no podían esperar.
Él tenía que morir, morir en seguida, sin pruebas, sin ninguna especie de juicio
o examen. El más simple test lo diría, pero ellos no tenían tiempo ni para
esto. Sólo podían pensar en el peligro. En el peligro, y en nada más.
Se puso en pie y se dirigió hacia la
casa. Cuando llegó al porche, hizo una pausa, escuchando. Ningún ruido todavía.
La casa estaba absolutamente silenciosa.
Demasiado en silencio.
Olham permaneció en el porche,
inmóvil. Trataban de estar callados en el interior... ¿Por qué? Era una casa
pequeña; a muy poca distancia de la puerta, Mary y el doctor Chamberlain
deberían estar en pie. Sin embargo, él no podía oír nada, ningún ruido o voces,
nada en absoluto. Miró la puerta. Era una puerta que había abierto y cerrado
miles de veces, cada mañana y cada noche.
Puso la mano en el picaporte. Luego,
de pronto, apartó la mano y tocó el timbre, que repicó en alguna parte de la
casa. Olham sonrió al oír movimiento.
Mary abrió la puerta. Y tan pronto
como la vio se dio cuenta.
Y corrió, precipitándose a los
matorrales. Un oficial de Seguridad apartó del camino a Mary, disparando el
paso. Apartando los matorrales, Olham contorneó el costado de la casa, y dando
un brinco corrió desesperadamente en la oscuridad. El haz luminoso de un foco
trazó un círculo a su paso.
Atravesó el camino, franqueó una valla
y siguió corriendo por un césped. Le perseguían hombres, oficiales de
Seguridad, gritándose unos a otros mientras se aproximaban. Olham jadeaba
buscando aliento, con restallante vaivén de su pecho.
El rostro de su mujer... lo había
adivinado al instante. Los labios contraídos, y los aterrorizados y lastimeros
ojos... ¡Suponiendo que él hubiera seguido adelante, empujado la puerta y
entrado...! Ellos habían registrado su llamada y acudido en seguida. Quizás
ella creyera lo que ellos le habían contado. Sin duda, también pensaba que él
era el robot.
Olham corrió sin descanso. Estaba
despegándose de los oficiales, dejándolos atrás. Al parecer no eran buenos
corredores. Trepó una colina y descendió por el otro lado. En un momento
volvería a estar en la nave. ¿Pero adónde iría esta vez? Se detuvo. Podía ver
la nave, recortada contra el cielo, donde la había aparcado. La instalación del
Proyecto estaba a su espalda; él se encontraba en los lindes de la selva, entre
los lugares habitados y donde comenzaban los bosques y la desolación. Atravesó
un erial y se internó en la arboleda. Al
llegar a la nave se abrió la portezuela
por donde se asomó Peters, enmarcado contra la luz y llevando en brazos un arma
pesada. Olham se detuvo, rígido. Peters miró en torno, en la oscuridad.
- Sé donde estás, en algún sitio -
dijo -. Ven aquí, Olham. Los hombres de Seguridad te rodean por todas partes.
Olham no se movió.
- Escúchame. Te atraparemos muy
pronto. Al parecer sigues sin creer que no eres el robot. La llamada a tu mujer
indica que te encuentras aún bajo la ilusión creada por tus memorias
artificiales.
»Pero tú eres el robot. Tú eres el
robot y en tu interior está la bomba. En cualquier momento puedes pronunciar la
frase detonadora, o quizá la pronuncie cualquier otro. Y cuándo eso suceda, la
bomba lo destruirá todo en muchas millas a la redonda. El Proyecto, las
mujeres, todos nosotros desapareceremos. ¿Lo comprendes?
Olham siguió callado. Estaba a la
escucha. Hombres se movían hacia él, deslizándose a través de los árboles.
- Si no sales - prosiguió Peters -, te
atraparemos. Sólo será cuestión de tiempo. No tratamos ya de trasladarte a la
base Luna. Serás destruido a la vista y habremos de correr el riesgo de que
detone la bomba. He dado órdenes a todos los oficiales de Seguridad disponibles
en la zona. Están registrando toda la región, centímetro a centímetro. No hay ningún
lugar donde puedas ir. En torno a este bosque hay un cordón de hombres armados.
Te quedan unas seis horas antes de que
el último centímetro sea cubierto.
Olham se apartó de allí y Peters
siguió hablando; no le había visto en absoluto, pues estaba demasiado oscuro.
Pero Peters tenía razón. No había lugar adonde pudiera ir. Estaba más allá de
la instalación, en el lindero donde comenzaban los bosques. Podía ocultarse durante
algún tiempo, pero a la larga le atraparían.
Sólo era cuestión de tiempo.
Olham echó a andar a través del
bosque. Milla a milla, cada parte de la región se estaba midiendo, registrando,
estudiando, examinando. El cordón se estrechaba cada vez más, reduciendo el
espacio libre.
¿Qué le quedaba? Había perdido la
nave, la única esperanza de huida. Ellos estaban en su casa; su mujer estaba
con ellos, creyendo, sin duda, que el verdadero Olham había muerto. Apretó los
puños. Recordó que en algún lugar cercano había una aguja-nave del Espacio
exterior estrellada, y entre sus restos, los del robot. En algún lugar cercano
se había estrellado y destrozado la nave. Se lo habían dicho.
Y en su interior yacía destruido el
robot.
Una débil esperanza le agitó. ¿Y si
pudiese encontrar los restos? ¿Si pudiese mostrarles, los restos de la nave, el
robot...?
¿Pero dónde? ¿Dónde podía encontrarlo?
Siguió adelante, perdido en
pensamientos. En algún lugar, no demasiado lejos, probablemente. La nave debía
haber esperado aterrizar no lejos del Proyecto y el robot habría esperado hacer
a pie el resto del camino. Subió la ladera de una colina y miró en derredor.
Estrellada e incendiada. ¿Había alguna pista, alguna sugerencia? ¿Había leído u
oído algo? Algún lugar cercano, a distancia de marcha... Algún lugar relativo
selvático, un remoto paraje donde no habría gente...
De pronto, Olham sonrió. Estrellada e
incendiada...
El bosque Sutton.
Apresuró el paso.
Era la mañana. Los rayos de sol se
filtraban entre los árboles, hasta el hombre agazapado en el borde del claro.
Olham alzaba la cabeza de cuando en cuando, escuchando. Ellos no estaban lejos,
sólo a cinco minutos. Sonrió.
Allá abajo, desperdigada a través del
claro y entre los troncos carbonizados de lo que había sido el bosque Sutton,
había una enmarañada masa de restos. Destellaban a la luz del sol, y no le
había costado mucho encontrarlos. El bosque Sutton era un lugar que él conocía bien;
había recorrido aquellos aledaños muchas veces en su vida, cuando era más
joven.
Había sabido dónde encontrar los
restos. Un pico emergía de sopetón y así, una nave que descendía y no estaba
familiarizada con el bosque tenía pocas probabilidades de evitarlo.
Ahora, agazapado, miraba a la nave o
lo que quedaba de ella...
Olham se puso en pie. Podía oír a sus
perseguidores, a poca distancia, juntos, y hablando bajo. Se puso tenso. Todo
dependía de quien le viera primero. Si era Nelson, no tendría ninguna opción.
Nelson dispararía de inmediato. Estaría muerto antes de que ellos vieran los
restos. de la nave. Pero si tuviera tiempo de llamarles la atención, de
contenerlos por un momento... Esto era todo cuanto necesitaba. Una vez vieran
la nave, él estaría a salvo.
Pero si disparaban primero...
Crujió una rama carbonizada. Apareció
una figura, que avanzaba insegura. Olham respiró profundamente. Sólo quedaban
unos cuantos segundos, quizá los últimos segundos de su vida. Alzó los brazos,
escudriñando intensamente.
Era Peters.
- ¡Peters! - Olham agitó los brazos.
Peters alzó su arma, apuntando -. ¡No dispares! -
gritó Olham con voz quebrada -.
¡Espera un momento! ¡Mira cerca de mí, a través del claro!
- ¡Le he encontrado! - gritó Peters a
sus compañeros.
Aparecieron los hombres de Seguridad,
surgiendo de la maleza incendiada que los rodeaba.
- ¡No disparéis! - volvió a gritar
Olham -. Mirad cerca de mí! ¡La nave, la nave-aguja!
¡La nave del Espacio! ¡Mirad!
Peters vaciló. El arma penduló.
- ¡Está ahí! - dijo rápidamente Olham
-. Sabía que la encontraría aquí. El bosque incendiado. Ahora me creeréis.
Encontraréis los restos del robot en la nave. Mirad, ¿queréis?
- Hay algo allá abajo - dijo uno de
los hombres nerviosamente.
- ¡Disparad! - clamó una voz.
Era Nelson.
- Esperad - atajó Peters volviéndose
-. Yo estoy al mando. Que nadie dispare. Quizás esté diciendo la verdad.
- ¡Disparad! - repitió Nelson -. Él
mató a Olham. En cualquier momento puede matarnos a nosotros. Si la bomba
explota...
- ¡Cállate! - conminó Peters avanzando
hacia el declive -. Fíjate en eso - dijo mirando abajo. Llamó a dos hombres,
haciendo un gesto con la mano para que se acercaran -. Bajad ahí y ved lo que
es eso - les ordenó.
Los hombres bajaron por el declive, a
través del claro. Se inclinaron, hurgando en las ruinas de la nave.
- ¿Qué hay? - gritó Peters.
Olham contuvo la respiración. Sonrió
un poco. El robot debía estar allí; no había tenido tiempo de mirar, pero tenía
que estar. Una repentina duda le asaltó. ¿Y suponiendo que el robot hubiese
vivido lo bastante como para ir a otra parte? ¿Y suponiendo que su cuerpo hubiera
quedado completamente destruido, reducido a cenizas por el fuego?
Se pasó la lengua por los labios
resecos. El sudor brotó en su frente. Nelson le estaba mirando fijamente, y con
el rostro lívido aún. Su pecho subía y bajaba a impulsos de la agitación que le
dominaba.
- Matadlo - repitió -. Antes de que él
nos mate a nosotros.
Los dos hombres se pusieron en pie.
- ¿Qué habéis encontrado? - dijo
Peters. Sostenía con firmeza su arma -. ¿Hay algo ahí?
- Parece que sí. Es una nave-aguja,
sí. Hay algo junto a ella.
- Voy a verlo - Peters pasó ante
Olham, y éste le vio descender por el declive e ir hacia donde estaban los
hombres. Los demás le siguieron, fisgando.
- Hay una especie de cuerpo - dijo
Peters -. ¡Miradlo!
En el suelo, encorvado y retorcido de
forma extraña, había una grotesca figura. Parecía humana, pero estaba encorvada
de una manera muy rara, con los brazos y piernas disparados en todas
direcciones. Tenía la boca abierta, y los ojos vidriosos y fijos.
- Como una máquina desvencijada -
murmuró Peters.
- ¿Y bien? - dijo Olham, sonriendo
levemente.
Peters le miró.
- No puedo creerlo. Estuvo usted
diciendo la verdad todo el tiempo.
- El robot no me alcanzó nunca - dijo
Olham. Sacó un pitillo y lo encendió -. Quedó destruido al estrellarse la nave.
Todos ustedes estaban demasiado ocupados con la guerra para preguntarse por qué
un paraje boscoso se había incendiado de repente. Ahora ya lo saben.
Permaneció fumando y contemplando cómo
los hombres arrastraban de la nave los grotescos restos. El cuerpo estaba tieso
y los brazos y piernas rígidos.
- Ahora encontrarán la bomba - dijo
Olham.
Los hombres depositaron el cuerpo en
el suelo. Peters se inclinó sobre él.
- Creo que veo el escondite del
artefacto - dijo.
Tendió una mano tocando el cuerpo.
El pecho del cadáver estaba abierto.
Dentro del boquete brillaba algo metálico. Los hombres lo miraron sin hablar.
- Eso nos hubiese destruido a todos,
si hubiese vivido - dijo Peters -. Ese objeto metálico, ahí.
Hubo un silencio completo.
- Creo que le debemos a usted algo -
dijo Peters a Olham -. Esto debió haber sido una pesadilla para usted. De no
haber huido, le hubiésemos...
Se detuvo.
Olham arrojó su pitillo.
- Yo sabía, desde luego, que el robot
no había conseguido alcanzarme nunca. Pero no tenía manera alguna de probarlo.
A veces no es posible demostrar debidamente una cosa.
Ese fue todo el trastorno. No había
medio alguno de que yo pudiera demostrar que era yo mismo.
- ¿Qué le parecen unas vacaciones? -
dijo Peters -. Creo que podríamos destinarle un mes. Podría usted serenarse,
relajarse del todo.
- Creo que lo que más deseo ahora es
irme a casa - dijo Olham.
- Está bien, pues - dijo Peters -.
Como prefiera.
Nelson se había agazapado en el suelo,
junto al cadáver. Tendió su mano hacia el brillo del metal visible en el
interior del pecho.
- No lo toques - dijo Olham -. Podría
estallar aún. Será preferible que intervenga en ello el equipo de demolición.
Nelson no dijo nada. De súbito asió el
metal, metiendo su mano en la cavidad del pecho.
Tiró.
- ¿Qué estás haciendo? - gritó Olham.
Nelson se puso en pie. Estaba
sosteniendo el objeto metálico. Su rostro estaba lívido de terror. Era una
navaja metálica, una navaja-aguja del Espacio exterior, cubierta de sangre.
- Esto lo mató - murmuró Nelson -. Mi
amigo murió a causa de esto. - Miró a Olham -.
Tú lo mataste con esto y lo dejaste
junto a la nave.
Olham estaba temblando. Le
castañeteaban los dientes. Miró la navaja del cuerpo.
- Ése no puede ser Olham - dijo. Su
mente era un torbellino. ¿Estaba equivocado? Jadeó -. Pero si ése es Olham,
entonces yo debo ser...
No completó la frase. La ráfaga del
estallido fue visible en todo el trayecto a Alpha Centauri.
FIN
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