“Lo que se dice un ídolo”, Roberto Fontanarrosa en El mundo ha vivido equivocado (19859. (Adaptación)
Pedrito
se apioló tarde de cómo venía la mano. Porque él podía haber sido un ídolo, un
ídolo popular, desde mucho tiempo antes. Lo que pasa que el Pedro, vos viste
cómo es, un tipo que se pasa de correcto, de buen tipo.
Decime
vos, ocho años jugando en primera y no lo habían expulsado nunca. ¡Nunca, mi
viejo nunca! Ni una expulsión ni una tarjeta amarilla aunque sea. Y mirá que
liga, eh. Porque siempre fue para adelante y lo estrolaban que daba gusto. Muy
respetado por los rivales, por el referí, por todos, pero le pegaban cada guadañazo
que ni te cuento. Y sin embargo, nunca reaccionó. Mirá que más de una vez se
podía haber levantado y haberle puesto un castañazo al que le había hecho el
ful, o a la vuelta siguiente encajarle un codazo, pero él... nada che. Una
niña. Un duque el Pedro. Claro, ¿cómo no lo iban a querer? Los contrarios, los
compañeros, todos. Pero... ¿querés que te diga? No sé si era cariño, cariño.
Por ahí era respeto, más que nada. Respeto. ¿viste? Porque mirá que yo lo
conozco al Pedro y te digo que no es un tipo demasiado fácil para acercarse,
para hablar, para... ¿cómo te digo?... para que se te franquee. ¿Viste? No es
un tipo que va a venir y sin que vos le preguntés nada te va a contar de algún
balurdo que tiene, algún fato afectivo... no, no es de esos. Es un tipo más
bien reconcentrado que, a veces, para que te cuente qué le pasa, la puta, se lo
tenés que preguntar mil veces, y eso que a mí me conoce mucho.
Incluso
yo a veces le decía: “No dejés que te peguen” porque me daba bronca ver cómo la
ligaba y se quedaba muzarella. “No dejes que te peguen, Pedro” le decía.
“Poneles una quema, meteles una buena plancha, a ver si así te van a entrar tan
fuerte”.
Y
me decía que no, que es muy jodido pegar siempre siendo delantero. Sí, andá a
decirle al Pepe Sasía eso, andá a decirle al cordobés Willington que no se
puede pegar siendo delantero. O al negro Pelé, sin ir más lejos, que tiene el
record de tipos quebrados. Andá a decirle al Pepe Sasía que a los delanteros
les es más difícil pegar. El Pepe te metía cada hostiazo que te arrancaba la
sabiola. Le bajaba cada plancha a los fulbá que te la voglio dire. Pero al
Pedro qué le iba a pedir eso. Si ni cuando se armaban esos bolonquis de todos
contra todos o esos entreveros con el referí en el medio, que son ¿sabe qué? pa
repartir tupido, son una uva, él se quedaba a un costado, con los bracitos en
la cintura, ni se acercaba. Y en esos entreveros no hay peligro ni de que te
echen, ahí te meten esos puntines en los tobillos, o te tiran del pelo, te
meten los dedos en los ojos o te aplican un cabezazo y vale todo. Nadie vio
nada. Que siga la joda. Y no era que el Pedro no se metiera de cagón, ¿eh?
Porque eso sí, de cagón nunca tuvo un carajo. Un tipo que se mete en el área
como se mete el Pedro, oíme, a un tipo de esos ni en pedo lo podés catalogar de
cagón.
Pedro
no se calentaba. Tenía eso. No se calentaba. No era un tipo que se podía
calentar. Lo fajaban y se quedaba en el molde. Y la hinchada lo quería, sí,
pero nada más. Cuando salía de los vestuarios, después del partido, las
palmaditas, “Bien Pedro”, “Buena Pedrito”. pero ahí nomás. A veces algún
cantito. O no lo puteaban demasiado cuando perdían. El Pedro siempre normal, en
siete puntos, seis puntos, como diría el Flaco.
¿Sabés
cuál era la cagada del Pedro? Yo lo estuve pensando. Era muy lógico. Mirá vos,
era muy lógico. Nunca decía algo fuera de la lógica. Todo era, digamos,
criterioso. Pensando. Lógico, todo era lógico. Me acuerdo que íbamos a jugar
contra Boca, en Buenos Aires, y le preguntan qué pensaba del partido. Y él
contesta que lo más probable era que perdiéramos. Que con un empate estábamos
hechos.
Pero,
viejo, qué sé yo, agrandate, decí: “les vamos a hacer tricota”, qué sé yo. No
te digo siempre, pero alguna vez, andá en ganador. No, el Pedro siempre con la
justa: “La verdad que nos van a ganar”. “Si sacamos un empate estamos hechos”.
Claro,
desde un punto de vista razonable, todo lo que él declaraba era cierto. No se
le podía discutir. O cuando se perdía. Era lo mismo que cuando lo fajaban.
Siempre estaba de acuerdo con el resultado. “Nos ganaron bien”, “jugando así
nosotros, era lógico que nos ganaran”, “nos tendrían que haber hecho más
goles”. Nunca se enojaba. Era como cuando lo fajaban los defensores. Se la
bancaba siempre. Nunca ibas a leer declaraciones de que les habían afanado el
partido, que los habían cagado a patadas, que les habían cagado a patadas, que
les habrían cobrado un gol en offside. Nunca. ¡Te imaginás! Fue premio a
la caballerosidad deportiva como mil
veces.
Y
cuando se armó la primera vez este fato con la mina ésa, también. Porque
tampoco el Pedro era un tipo que le
podías buscar una fulería en su vida privada. Padres macanudos, ningún problema
con los viejos, y la Isabel, la noviecita de toda la vida. Y pará de contar. Ni
jodas, ni calavereadas, ni un chancletazo por ahí. Nada. Fue cuando le
inventaron el fato ese con la Mirna Clay, la cabaretera esa. ¡Mirá vos!
Justamente a Pedro venirle a inventar que estaba con esa mina. Al Pedro,
que la Isabelita lo tenía
más marcado que los fulbás contrarios. Y además, ni falta hacía marcarlo,
porque para eso era un nabo. Pero vos viste que hay periodistas que ya no saben
qué carajo inventar y armaron todo el verso ese de que el Pedro andaba con la
Mirna Clay. ¡El quilombo que se armó! ¡Para qué! El Pedro, ahí sí, fue a la
revista, chilló, tiró la bronca y los ñatos de la revista pegaron marcha atrás
y desmintieron todo. Que habían sido rumores, que eran todas mulas, en fin. La
cosa que el Pedro se quedó tranquilo. Y fijate que ahí yo estuve a ponto pero a
punto de decirle algo, pero me callé la boca.
Dijo:
“callate Negro, que por ahí la embarrás” y me callé bien la boca. Yo los
conozco mucho a los viejos, a la Isabelita, ¿sabés? y preferí quedarme en el
molde.
Pero
mirá vos, para el tiempo, y esta otra revista empieza con la misma milonga. Con
otra mina pero con la misma milonga. Ahora con la loca ésta, la Ivonne Babette,
pero con el mismo verso. Que los habían visto juntos, que qué sé yo. Para colmo
la mina ésta que debe ser más rápida... una luz la mina... agarró el bochín y
empezó con que estaban perdidamente enamorados, que Pedro era el único amor de
su vida, en fin. Se ve que armaron el estofado a partir de esa foto que salió
cuando el equipo tenía que viajar a Perú y les sacaron una foto en el
aeropuerto cuando justo estaba la reventada ésta que también viajaba en el mismo
avión.
Para
colmo la mina sale al lado de Pedro. Eran como mil en la delegación pero dio la
puta casualidad que esta mina sale junto al Pedro. Y se ve que ahí armaron el
estofado. Qua a la mina le viene macanudo, mirá qué novedad.
Y
ahí sí, lo agarré al Pedro y le dije: “Pedrito, no hagás declaraciones. No
digás ni desmientas nada. Quedate chanta, haceme caso”. Lo corrí un poco con el
verso de que él no podía prestarse a ese escándalo, que él tenía que mantenerse
por sobre toda esa suciedad, que no tenía que prestarse siquiera a hablar del
asunto. Que ya bastante se había ensuciado antes con el balurdo anterior con la
Mirna Clay. Y el Pedro me hizo caso. Lo llamaban de los diarios y él decía que
no iba a hablar del asunto. Que no insistieran. Y los periodistas, que son
lerdos también, se agarraron de eso que “el que calla otorga”. Y dieron el caso
como comprobado. Hasta diarios más serios hablaron del caso del Pedro con esta
mina. Y la mina ¡para qué te cuento! inventó cualquier boludez para darle
manija al asunto. Cuando el Pedro quiso parar la cosa, ya era demasiado
grande y tuvo que quedarse en el molde.
Eso
habrá durado un par de semanas. La Isabelita se enojó con el Pedro y casi lo
manda a la mierda, los diarios dijeron que esa pelota confirmaba el enganche
del Pedro con la Babette ésta, en fin, un
quilombo impresionante.
Al
domingo siguiente, tenían que jugar en buenos Aires un partido chivo contra
Vélez. Y al Pedro lo marca Carpani, un hijo de mil putas que le pega hasta a la
madre y este Carpani lo empieza a cargar. Le decía: “¡Qué mierda vas a estar
vos con esa mina, si vos en tu vida no estuviste con ninguna!”, “ya que sos tan
macho animate a entrar al área que te voy a romper la gamba en cuatro pedazos”,
esas cosas. Y le tocaba el culo. Al final el Pedro, mirá como estaría, le pegó
semejante roscazo que le arruinó la jeta. Le puso una quema en medio de la
trucha que lo sentó de culo en el punto del penal. ¡Te imaginás lo que fue eso!
Que al terrible Carpani, el choma que se comía los pibes crudos, el patrón del
área, le pusieran semejante hostia en la propia cancha de Vélez, en el Fortín
de Villa Luro. Lo tuvieron que sacar en camilla porque quedó boludo como media
hora. Y a Pedro, más bien, tarjeta roja y a los vestuarios. Por primera vez en
la vida. Pero después me contaba, los de Vélez lo miraban pasar para las duchas
y no decían nada, lo miraban nomás.
Hasta
hubo uno que le dio la mano.
Le
dieron pocos partidos. Y volvió en cancha nuestra, contra la lepra. Y ahí se
confirmó mi teoría. Era un mundo de gente. Muchos habían ido por el partido,
pero muchos habían ido para verlo al Pedro. ¡Y cuando entró... se venía abajo
la tribuna, mi viejo! Era una locura. “Y
pegue, y pegue, y pegue Pedro pegue”. Como será que hasta el Pedro se emocioná
y se apartó y se apartó de los muchachos para saludar a la hinchada con los dos
brazos en alto. Una locura. Ahí empezó a ser ídolo. Ahí empezó. Aunque no me lo
reconozca porque nunca volvió a darme demasiada perfecto, viejo. Si no tenés
ninguna fulería, si no te han cazado en ningún renuncio... ¿Cómo mierda la
gente se va a sentir identificada con vos? ¿Qué tenés en común con los monos de
la tribuna? No, mi viejo. Decí que el Pedrito se apioló tarde de cómo viene la
mano.
“Las malas palabras”, Roberto Fontanarrosa.
Fragmento de la
ponencia en el III Congreso Internacional de la Lengua Española de 2004.
No
voy a lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es un ámbito apropiado
para plantear preguntas y eso voy a hacer.
La
pregunta es por qué son malas las malas palabras, ¿quién las define? ¿Son malas
porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se
deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral,
obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas
las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto?
Muchas
de estas palabras tienen una intensidad, una fuerza, que difícilmente las haga
intrascendentes. De todas maneras, algunas de las malas palabras... no es que
haga una defensa quijotesca de las malas palabras, algunas me gustan, igual que
las palabras de uso natural.
Yo
me acuerdo de que en mi casa mi vieja no decía muchas malas palabras, era
correcta. Mi viejo era lo que se llama un mal hablado, que es una interesante
definición. Como era un tipo que venía del deporte, entonces realmente se
justificaba. También se lo llamaba boca sucia, una palabra un poco antigua pero
que se puede seguir usando.
Era
otra época, indudablemente. Había unos primos míos que a veces iban a mi casa y
me decían: “Vamos a jugar al tío Berto”. Entonces iban a una habitación y se
encerraban a putear. Lo que era la falta de la televisión que había que caer en
esos juegos ingenuos.
Ahora,
yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí
eso no me preocupa, que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no
tengan una capacidad de transmisión y de expresión, de grafismo al hablar. Como
esos chicos que dicen: “Había un coso, que tenía un coso y acá le salía un coso
más largo”. Y uno dice: “¡Qué cosa!”.
Yo
creo que estas malas palabras les sirven para expresarse, ¿los vamos a
marginar, a cortar esa posibilidad? Afortunadamente, ellos no nos dan bola y
hablan como les parece. Pienso que las malas palabras brindan otros matices. Yo
soy fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé que cuantos más
matices tenga, uno más se puede defender para expresar o transmitir algo. Hay
palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por
sonoridad, por fuerza y por contextura física.
No
es lo mismo decir que una persona es tonta, a decir que es un pelotudo. Tonto
puede incluir un problema de disminución
neurológico, realmente agresivo. El secreto de la palabra “pelotudo”–que
no sé si está en el Diccionario de Dudas- está en la letra “t”. Analicémoslo.
Anoten las maestras. Hay una palabra maravillosa, que en otros países está
exenta de culpa, que es la palabra “carajo”. Tengo entendido que el carajo es
el lugar donde se ponía el vigía en lo alto de los mástiles de los barcos.
Mandar a una persona al carajo era estrictamente eso. Acá apareció como mala
palabra. Al punto de que se ha llegado al eufemismo de decir “caracho“, que es
de una debilidad y de una hipocresía…
Hay
otra palabra que quiero apuntar, que es la palabra “mierda”, que también es
irremplazable, cuyo secreto está en la “r”, que los cubanos pronuncian mucho
más débil, y en eso está el gran problema que ha tenido el pueblo cubano, en la
falta de posibilidad expresiva.
Lo
que yo pido es que atendamos esta condición terapéutica de las malas palabras.
Lo que pido es una amnistía para las malas palabras, vivamos una Navidad sin
malas palabras e integrémoslas al lenguaje porque las vamos a necesitar.