miércoles, 1 de febrero de 2012

Textos sobre la tradición, Mariátegui

La tradición nacional, Mariátegui


Para nuestros tradicionalistas, la tradi­ción en el Perú es, fundamentalmente, colo­nial y limeña. Su conservantismo, pretende imponernos, así, una tradición más bien es­pañola que nacional. Ya he apuntado en mi anterior artículo que siempre el tradiciona­lista mutila y fracciona la tradición en el Perú y el interés clasista y político de nues­tra casta feudal.
Mientras ha dominado en el país la mentalidad colonialista, hemos sido un pue­blo que se reconocía surgido de la conquis­ta. La conciencia nacional criolla obedecía indolentemente al prejuicio de la filiación española. La historia del Perú empezaba con la empresa de Pizarro, fundador de Lima. El Imperio Incaico no era sentido sino co­mo prehistoria. Lo autóctono estaba fuera de nuestra historia y, por ende, fuera de nuestra tradición.
Este tradicionalismo empequeñecía a la nación, reduciéndola a la población crio­lla o mestiza. Pero, impotente para reme­diar la inferioridad numérica de ésta, no po­día durar mucho.
Se puede decir del Perú lo que Waldo Frank dice de Norte América: que es toda­vía un concepto por crear. Mas ya sabemos definitivamente, en cuanto al Perú, que es­te concepto no se creará sin el indio. El pa­sado incaico ha entrado en nuestra histo­ria, reivindicado no por los tradicionalistas sino por los revolucionarios. En esto con­siste la derrota del colonialismo, sobrevi­viente aún, en parte, como estado social -feudalidad, gamonalismo-, pero batido para siempre como espíritu. La revolución ha reivindicado nuestra más antigua tra­dición.
Y esto no tiene nada de insólito, y ni si­quiera nacional no como un utópico ideal de restauración romántica, sino como una reintegración espiritual de la historia y la patria peruanas. Reintegración profunda­mente revolucionaria en su intención y su trascendencia.
A una crítica familiarizada con las con­ciliaciones de la revolución y la tradición, el indigenismo de los vanguardistas perua­nos no les parece arbitrario. Comentando el primer número de la revista Amauta, “La Fiera Letteraria” se complacía de que su vanguardismo se armonizase con la más anciana tradición nacional.
Este criterio, por otra parte, no asoma en la crítica sólo ahora. La filosofía post-he­geliana de la historia, tiende espontánea y naturalmente, a la misma conciliación. Hace ya algunos años, Mario Missiroli, la formu­ló en términos absolutos: “La revolución está ya contenida en la tradición. Fuera de la tradición, no está sino la utopía. He aquí porqué Marx injertando su teoría en el gran tronco del pensamiento moderno concebi­rá al proletariado como salido del regazo de la burguesía, y, liquidando toda la de­mocracia anterior, afirmará que la lucha de clases en vez de asesinar a la burguesía ca­pitalista acelera su desarrollo; y Jorge So­rel perfeccionando la doctrina del filósofo de Tréveris propugnará la misma solución catastrófica”.
La tradición nacional se ha ensanchado con la reincorporación del incaísmo, pero esta reincorporación no anula, a su turno, otros factores o valores definitivamente in­gresados también en nuestra existencia y nuestra personalidad como nación. Con la conquista, España, su idioma y su religión entraron perdurablemente en la historia pe­ruana comunicándola y articulándola con la civilización occidental. El Evangelio, como verdad o concepción religiosa, valía cierta­mente más que la mitología indígena. Y, más tarde, con la revolución de la Independen­cia, la República entró también para siempre en nuestra tradición.
El tradicionalismo, el colonialismo, no han perdonado nunca a la República su ori­gen y su alcance revolucionarios. Hoy este es ya un tópico completamente superado. Las responsabilidades de la República no son responsabilidades del régimen republi­cano sino del régimen colonial, que su prác­tica -y no su doctrina- dejó subsistente. La República, contra lo que pretenden, artificiosa [170] y reaccionariamente sus retardados críticos, no fue un acto romántico. La justi­fican no sólo cien años de experiencia na­cional, sino, sobre todo, la uniformidad con que impuso a toda América esa forma polí­tica, el movimiento solidario de la indepen­dencia, que es absurdo enjuiciar separada­mente del vasto y complejo movimiento liberal y capitalista del cual recibió rum­bo e impulso. La monarquía constitucional, representó en Europa una fórmula de tran­sacción y equilibrio entre la tradición aris­tocrática y la revolución burguesa. Pero en Europa la tradición aristocrática y en Amé­rica, desde la conquista, que condenó al ostracismo lo autóctono, esa tradición no era indígena sino extranjera.
Nada es tan estéril como el proceso a la historia, así cuando se inspira en un intran­sigente racionalismo, como cuando reposa en un tradicionalismo estático. “Indiestro non si torna”.
Cuando se nos habla de tradición na­cional, necesitamos establecer previamente de qué tradición se trata, porque tenemos una tradición triple. Y porque la tradición tiene siempre un aspecto ideal -que es el fecundo como fermento o impulso de pro­greso o superación- y un aspecto empírico, que la refleja sin, contenerla esencialmente. Y porque la tradición está siempre en creci­miento bajo nuestros ojos, que tan frecuen­temente se empeñan en quererla inmóvil y acabada.
* Publicado en Mundial, Lima, 2 de diciembre de 1927.
[En: Mariátegui, José Carlos, Peruanicemos al Perú, Lima: Editora Amauta, volumen 11 de la Colección Obras Completas, Décima primera edición, 1988, pp. 167-170]

Lo nacional y lo exótico



Frecuentemente se oyen voces de alerta contra la asimilación de ideas extranjeras. estas voces denuncian el peligro de que se difunda en el país una ideología inadecuada a la realidad nacional. Y no son una protesta de las supersticiones y de los prejuicios del difamado vulgo. En muchos casos, estas voces parten del estrato intelectual.
Podrían acusar una mera tendencia proteccionista, dirigida a defender los productos de la inteligencia nacional de la concurrencia extranjera. Pero los adversarios de la ideología exótica sólo rechazan las importaciones contrarias al interés conservador. Las importaciones útiles a ese interés no les parecen nunca malas, cualquiera que sea su procedencia. Se trata, pues, de una simple actitud reaccionaria, disfrazada de nacionalismo.
La tesis en cuestión se apoya en algunos frágiles lugares comunes. Más que una tesis es un dogma. Sus sostenedores demuestran, en verdad, muy poca imaginación. Demuestran, además, muy exiguo conocimiento de la realidad nacional. Quieren que [36] se legisle para el Perú, que se piense y se escriba para los peruanos y que se resuelva nacionalmente los problemas de la peruanidad, anhelos que suponen amenazados por las filtraciones del pensamiento europeo. Pero todas estas afirmaciones son demasiado vagas y genéricas. No demarcan el límite de lo nacional y lo exótico. Invocan abstractamente una peruanidad que no intentan, antes, definir.
Esa peruanidad, profusamente insinuada, es un mito, es una ficción. La realidad nacional está menos desconectada, es menos independiente de Europa de lo que suponen nuestros nacionalistas. El Perú contemporáneo se mueve dentro de la órbita de la civilización occidental. la mistificada realidad nacional no es sino un segmento, una parcela de la vasta realidad mundial. Todo lo que el Perú contemporáneo estima lo ha recibido de esa civilización que no sé si los nacionalistas a ultranza calificarán también de exótica. ¿Existe hoy una ciencia, una filosofía, una democracia, un arte, existen máquinas, instituciones, leyes, genuina y característicamente peruanos? ¿El idioma que hablamos y que escribimos, el idioma siquiera, es acaso un producto de la gente peruana?
El Perú es todavía una nacionalidad en formación. Lo están construyendo sobre los inertes estratos indígenas, los aluviones de la civilización occidental. La conquista española aniquiló la cultura incaica. Destruyó el Perú autóctono. Frustró la única peruanidad que ha existido. Los españoles extirparon [37] del suelo y de la raza todos los elementos vivos de la cultura indígena. Reemplazaron la religión incásica con la religión católica romana. De la cultura incásica no dejaron sino vestigios muertos. Los descendientes de los conquistadores y los colonizadores constituyeron el cimiento del Perú actual. La independencia fue realizada por esta población criolla. La idea de la libertad no brotó espontáneamente de nuestro suelo; su germen nos vino de fuera. Un acontecimiento europeo, la revolución francesa, engendró la independencia americana. Las raíces de la gesta libertadora se alimentaron de la ideología de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Un artificio histórico clasifica a Túpac Amaru como un precursor de la independencia peruana. La revolución de Túpac Amaru la hicieron los indígenas; la revolución de la independencia la hicieron los criollos. Entre ambos acontecimientos no hubo consanguineidad espiritual ni ideológica. A Europa, de otro lado, no le debimos sólo la doctrina de nuestra revolución, sino también la posibilidad de actuarla. Conflagrada y sacudida, España no pudo, primero, oponerse válidamente a la libertad de sus colonias. No pudo, más tarde, intentar su reconquista. Los Estados Unidos declararon su solidaridad con la libertad de la América española. Acontecimientos extranjeros en suma, siguieron influyendo en los destinos hispano-americanos. Antes y después de la revolución emancipadora, no faltó gente que creía que el Perú no estaba preparado para la independencia. Sin duda, encontraban exóticas la libertad y democracia. Pero la historia no le da razón a esa gente [38] negativa y escéptica, sino a la gente afirmativa, romántica, heroica, que pensó que son aptos para la libertad todos los pueblos que saben adquirirla.
La independencia aceleró la asimilación de la cultura europea. El desarrollo del país ha dependido directamente de este proceso de asimilación. El industrialismo, el maquinismo, todos los resortes materiales del progreso nos han llegado desde fuera. Hemos tomado de Europa y Estados Unidos todo lo que hemos podido. Cuando se ha debilitado nuestro contacto con el extranjero, la vida nacional se ha deprimido. El Perú ha quedado así insertado dentro del organismo de la civilización occidental.
Una rápida excursión por la historia peruana nos entera de todos los elementos extranjeros que se mezclan y combinan en nuestra formación nacional. Contrastándolos, identificándolos, no es posible insistir en aserciones arbitrarias sobre la peruanidad. No es dable hablar de ideas políticas nacionales.
Tenemos el deber de no ignorar la realidad nacional; pero tenemos también el deber de no ignorar la realidad mundial. El Perú es un fragmento de un mundo que sigue una trayectoria solidaria. Los pueblos con más aptitud para el progreso son siempre aquellos con más aptitud para aceptar las consecuencias de su civilización y de su época. ¿Qué se pensaría de un hombre que rechazase, en el nombre de la peruanidad, el aeroplano, el radium, el linotipo, considerándolos exóticos? Lo mismo se debe pensar del hombre que asume esa actitud ante las nuevas ideas y los nuevos hechos humanos.
Los viejos pueblos orientales a pesar de las raíces milenarias de sus instituciones, no se clausuran, no se aíslan. No se sienten independientes de la historia europea. Turquía, por ejemplo, no ha buscado su renovación en sus tradiciones islámicas, sino en las corrientes de la ideología occidental. Mustafá Kemal ha agredido las tradiciones. Ha despedido de Turquía al kalifa y a sus mujeres. ha creado una república de tipo europeo. Este orientamiento revolucionario e iconoclasta no marca, naturalmente, un período de renacimiento nacional. la nueva Turquía, la herética Turquía de Kemal ha sabido imponerse, con las armas y el espíritu, el respeto de Europa. La ortodoxa Turquía, la tradicionalista Turquía de los sultanes sufría, en cambio, casi sin protesta, de todos los vejámenes y todas las expoliaciones de los occidentales. Presentemente, Turquía no repudia la teoría ni la técnica de Europa; pero repele los ataques de los europeos a su libertad. Su tendencia a occidenatlizarse no es una capitulación de su nacionalismo.
Así se comportan antiguas naciones poseedoras de formas políticas, sociales y religiosas propias y fisonómicas. ¿Cómo podrá, por consiguiente el perú, que no ha cumplido aún su proceso de formación nacional, asilarse de las ideas y emociones europeas? [40] Un pueblo con voluntad de renovación y de crecimiento no puede clausurarse. Las relaciones internacionales de la inteligencia tienen que ser, por fuerza, librecambistas. Ninguna idea que fructifica, ninguna idea que se aclimata, es una idea exótica. la propagación de una idea no es culpa ni es mérito de sus asertores; es culpa o es mérito de la historia. No es romántico pretender adaptar el Perú a una realidad nueva. Más romántico es querer negar esa realidad acusándola de concomitancias con la realidad extranjera. Un sociólogo ilustre dijo una vez que en estos pueblos sudamericanos falta “atmósfera de ideas”. Sería insensato enrarecer más esa atmósfera con la persecución de ideas que, actualmente, están fecundando la historia humana. Y si místicamente, ghandianamente, deseamos separarnos y desvincularnos de la “satánica civilización europea”, como Ghandi la llama, debemos clausurar nuestros confines no sólo a sus teorías sino también a sus máquinas para volver a las costumbres y a los ritos incásicos. Ningún nacionalista criollo aceptaría, seguramente, esa esta extrema consecuencia de su jingoísmo. Porque aquí el nacionalismo no brota de la tierra, no brota de la raza. El nacionalismo a ultranza es la única idea efectivamente exótica y forastera que aquí se propugna. Y que, por forastera y exótica, tiene muy poca chance de difundirse en el conglomerado nacional.

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