Clarín.com » Edición Jueves 27.06.2002 » Política » Hubo dos muertos y más de veinte heridos en un choque entre policías y piqueteros
OTRA VEZ LA VIOLENCIA: YA SON 31 LAS MUERTES DESDE LOS HECHOS DE DICIEMBRE QUE DERIVARON EN LA CAIDA DE DE LA RUA
Hubo dos muertos y más de veinte heridos en un choque entre policías y piqueteros
Grupos de manifestantes intentaron cortar el Puente Pueyrredón, en Avellaneda. La Policía bonaerense los reprimió. Dos jóvenes murieron baleados y todavía no se sabe quién los mató.
Walter Curia. DE LA REDACCION DE CLARIN.
La muerte de dos jóvenes de entre 21 y 23 años durante la protesta piquetera de ayer en Avellaneda incorpora el elemento trágico en los aún no cumplidos seis meses del gobierno de Duhalde.
Hubo dos muertos y más de veinte heridos en un choque entre policías y piqueteros
Grupos de manifestantes intentaron cortar el Puente Pueyrredón, en Avellaneda. La Policía bonaerense los reprimió. Dos jóvenes murieron baleados y todavía no se sabe quién los mató.
Walter Curia. DE LA REDACCION DE CLARIN.
La muerte de dos jóvenes de entre 21 y 23 años durante la protesta piquetera de ayer en Avellaneda incorpora el elemento trágico en los aún no cumplidos seis meses del gobierno de Duhalde.
Las imágenes en el puente Pueyrredón, en la estación Avellaneda y en el Hospital Fiorito remitieron inevitablemente a los episodios de diciembre pasado que dejaron 29 muertos y terminaron con el gobierno de Fernando de la Rúa. Desde entonces, y con los dos de ayer, ya son 31 las víctimas en la peor crisis, por su multiplicidad de factores, de la historia argentina.
Duhalde permaneció ayer desde las cinco de la tarde y hasta casi las nueve y media de la noche reunido con su gabinete en Olivos evaluando los hechos. Los funcionarios que fueron contactados por Clarín y que participaban del encuentro transmitían un doble sentimiento de consternación e incertidumbre.
En una conferencia de prensa al término de la reunión, el secretario de Seguridad Interior Juan José Alvarez manifestó el "pesar" del Gobierno por lo que calificó de "hechos gravísimos".
En una reunión previa y más restringida en Olivos con el Presidente, de la que participaron Alvarez, el jefe de Gabinete Alfredo Atanasoff, y el titular de la la SIDE, Carlos Soria, se analizó el impacto que los episodios de ayer podrían tener en adelante sobre el explosivo cuadro social. Adelante es hoy: la CTA convocó a un paro de actividades y a una marcha a la Plaza de Mayo junto con el movimiento piquetero de la Corriente Clasista y Combativa.
"Es el comienzo de una escalada de violencia organizada", resumió una alta fuente oficial. Se espera para hoy no menos de 2.000 policías en las calles.
Expuesto a mil frentes, y con un escenario social posbélico, el gobierno de Duhalde acaso mostraba hasta ayer como único rellano el mantenimiento de la paz social. Por eso Olivos transmitía una sensación de pérdida tan profunda.
La crónica de los hechos podría contarse desde las 10.30, cuando un número de manifestantes del Bloque Piquetero Nacional que según la Policía bonaerense no superó los 1.200 (otras fuentes hablaban de 2.000) se concentró en la bajada de Avellaneda del Puente Pueyrredón, en una protesta anunciada.
La crónica de los hechos podría contarse desde las 10.30, cuando un número de manifestantes del Bloque Piquetero Nacional que según la Policía bonaerense no superó los 1.200 (otras fuentes hablaban de 2.000) se concentró en la bajada de Avellaneda del Puente Pueyrredón, en una protesta anunciada.
El Gobierno había difundido la noche del martes la información de que desplegaría en la zona unos 2.000 efectivos de la Policía Federal, la Gendarmería, la Prefectura y la Policía bonaerense para garantizar la libre circulación entre la Capital y la provincia. Una decisión que había sido adoptada hacía ya semanas.
El choque, algo después de las 12 del mediodía, entre policías bonaerenses y piqueteros remitió en el acto a aquella decisión oficial. Pero también a la tensión dentro del Gobierno y fuera de él en torno a la política de seguridad, en especial a ciertos rasgos de "permisividad", según los sectores más críticos.
La decisión del Gobierno de impedir los cortes de los principales accesos a la Capital equivale, en efecto, a un endurecimiento objetivo de su política de seguridad.
Pero fuentes del Gobierno y de la gobernación bonaerense oponen a esta idea la aparición de un nuevo comportamiento de los manifestantes piqueteros, como encierra el término "escalada". Es una lógica de trampa, en la que una posición genera y justifica la otra.
"Quienes manifestaron son otros", dijo anoche Alvarez buscando reforzar ese análisis. El secretario de Seguridad también mencionó que "no había con quién negociar" entre los piqueteros, un ejercicio cotidiano en este tipo de manifestación de protesta. Y que los nuevos manifestantes actuaron ayer "de manera violenta e irracional".
Hasta bien tarde anoche no había información sobre las circunstancias en que se produjeron las muertes. Sólo se sabe que los dos jóvenes murieron por impactos de bala, en la estación de trenes de Avellaneda, al menos a diez cuadras del lugar donde estallaron los incidentes.
La Policía bonaerense está en el centro de la sospechas, que aumentarán en la medida en que no se avance sobre una versión oficial de los hechos. La falta de información sólo crió fantasmas.
Una de las versiones hablaba de que los disparos podrían haber provenido de los propios piqueteros. Pero de los más de 170 detenidos (fueron todos liberados) que dejaron los incidentes no se incautó ninguna otra arma que no fuera improvisada.
El enfrentamiento derivó en una persecución de la Policía bonaerense sobre los manifestantes en un amplio radio en torno al centro de Avellaneda. Hubo una razzia frente a las cámaras de televisión, que incluyó la irrupción de la Policía en un local partidario de la Izquierda Unida. El diputado Luis Zamora y la legisladora porteña Vilma Ripoll sacaron a los empujones a un hombre de la infantería.
El enfrentamiento derivó en una persecución de la Policía bonaerense sobre los manifestantes en un amplio radio en torno al centro de Avellaneda. Hubo una razzia frente a las cámaras de televisión, que incluyó la irrupción de la Policía en un local partidario de la Izquierda Unida. El diputado Luis Zamora y la legisladora porteña Vilma Ripoll sacaron a los empujones a un hombre de la infantería.
La Policía también hizo detenciones en el Hospital Fiorito, donde ingresaron 21 heridos, siete de los cuales de bala. El jefe del operativo policial, el comisario Alfredo Franchiotti, recibió dos trompadas en el rostro mientras hablaba con periodistas en la playa de ambulancias del hospital.
Una reacción espasmódica llevó a los partidos de izquierda a una convocatoria a la Plaza de Mayo que fue menor; otros grupos se concentraron en el Congreso. El centro de Buenos Aires era para el atardecer un sitio desolado.
Sin un proyecto colectivo, sin crédito y buscando consuelo de tontos en una región marginal del mundo, los episodios de ayer refuerzan la sensación de que Argentina vive un período de completo extravío, en el que lo peor todavía no ocurrió.
Sin un proyecto colectivo, sin crédito y buscando consuelo de tontos en una región marginal del mundo, los episodios de ayer refuerzan la sensación de que Argentina vive un período de completo extravío, en el que lo peor todavía no ocurrió.
Diaro LA NACIÓN
La crisis: 90 heridos y 160 detenidos por la violencia en Avellaneda
Dos muertos al enfrentarse piqueteros con la policía
Grupos radicalizados de izquierda destrozaron negocios y quemaron autos y colectivos
Jueves 27 de junio de 2002 | Publicado en edición impresa
Un grupo de piqueteros se enfrenta con la policía en la bajada del puente Pueyrredón, sobre Pavón. / Martín LucesoleVer más fotos
Dos piqueteros muertos, 90 heridos y 160 detenidos en medio de una gresca de violencia inusitada con la policía bonaerense, en Avellaneda, derrumbaron ayer la convicción del gobierno de Eduardo Duhalde de que el conflicto político y social había sido contenido.
El descontrol desatado en las inmediaciones del puente Pueyrredón, cuando unos 500 militantes de organizaciones radicalizadas de desocupados y provocadores políticos intentaban cortar el camino, agregó otra señal de alarma en la sociedad, que deberá soportar hoy una marcha de protesta a la Plaza de Mayo y un paro de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), en condena -así lo han llamado- por lo sucedido.
El jefe del operativo de seguridad en el puente, comisario Alfredo Franchiotti, aseguró que sus fuerzas no portaban proyectiles de plomo y acusó a los piqueteros de disparar con armas de fuego.
Desde el Gobierno, el secretario de Seguridad Interior, Juan José Alvarez, fue el enviado de Duhalde para brindar por la noche las explicaciones oficiales.
El enfrentamiento comenzó a mediodía y duró apenas cinco minutos, suficientes para provocar víctimas y destro-zos sin precedente en lo que va del año.
Una columna de piqueteros sorprendió por la espalda el vallado policial montado para proteger el puente Pueyrredón, mientras otro grupo de manifestantes lanzaba piedras y palos.
De inmediato, la policía intentó desalojar a los revoltosos con gases lacrimógenos. En la huida, los manifestantes destrozaron vidrieras de comercios en Avellaneda e incendiaron decenas de coches estacionados en la zona. Sonaban disparos. Unos minutos después se sabría que no eran sólo balas de goma.
La persecución se extendió por los alrededores del puente. De hecho, uno de los muertos fue hallado en el hall de la estación de trenes de Avellaneda.
El jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof, había advertido el martes que el Gobierno no toleraría nuevos cortes de rutas y de calles, en respuesta a la convocatoria de los sectores más radicales del movimiento piquetero a una jornada de protesta nacional.
El Polo Obrero (PO), el Movimiento Territorial Liberación (MTL), la Coordinadora Aníbal Verón, el Movimiento Teresa Rodríguez, el Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionados y la organización Barrios de Pie fueron algunos de los que organizaron esas manifestaciones.
Por la mañana, el subsecretario de Seguridad, Carlos Vilas, había reiterado que se realizaría un "importante operativo de control" en el cual no habría errores.
En todos los accesos a la ciudad se desplegaron desde temprano fuerzas policiales y de la Gendarmería Nacional para contener las protestas. La Panamericana, el puente Uriburu y el puente Saavedra eran algunos de los caminos en los que se esperaban bloqueos del tránsito.
Pero la tensión se concentró en Avellaneda. "Esta gente venía con toda la intención de pelear con nosotros... Con palos, armada, con trapos cubriendo su cara. No digo que se trataba de un ejército, pero es gente que iba a combatir", señaló luego el comisario Franchiotti.
Fuentes de la Gendarmería Nacional y de la policía bonaerense se preguntaban cómo los agentes que integraban el operativo de seguridad pudieron ser sorprendidos por la retaguardia, algo que nunca ocurre en este tipo de protestas.
Desde el Gobierno, altos funcionarios sugerían anoche que lo ocurrido pudo ser un enfrentamiento entre sectores antagónicos del movimiento piquetero.
Caos debajo del puente
Enrique Pini, un vecino de Avellaneda que se presentó a declarar tras los sucesos, relató a LA NACION que vio cómo dos piqueteros arrojaban armas de fuego a la calle durante su huida.
Un colectivero que pasaba por el lugar denunció en la comisaría 1a. de Avellaneda que otro grupo de encapuchados lo asaltó con escopetas Itaka y pistolas automáticas poco antes del enfrentamiento. Luego incendiaron el vehículo con bombas molotov.
El relato fue difundido por el jefe del operativo, que tenía una herida en el ojo izquierdo. Un piquetero lo golpeó salvajemente por la espalda mientras hacía declaraciones a la prensa en el hospital Fiorito, adonde habían sido trasladadas las víctimas.
Con un sector importante de Avellaneda devastado por los efectos de la batalla campal, la tensión se trasladó al centro asistencial, donde un grupo de piqueteros se concentró para pedir información sobre los heridos y continuar con la protesta.
Uno de los directores del hospital, Walter Capote, anunció que los manifestantes fallecidos son Darío Santillán, de 21 años, militante del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús, y Maximiliano Costeki, de 25, integrante del grupo Aníbal Verón.
Otros cuatro piqueteros continuaban internados, dos de ellos en estado delicado, después de ser operados. Al igual que las víctimas mortales, habían recibido impactos de balas de plomo, dijeron en el hospital.
En total, 20 heridos ingresaron en ese centro de salud, dos de ellos eran policías. Otros lesionados de menor gravedad fueron atendidos en Wilde y en Lanús.
Mientras se conocía el trágico resultado del enfrentamiento, la policía desalojaba sin provocar heridos otros tres accesos a la Capital.
Tarde de reflexión
Poco después de las 16, el presidente Duhalde se encerró en una reunión con la mayor parte de su gabinete para analizar lo sucedido. Al rato se enteró de que los piqueteros convocaban para una marcha a la Plaza de Mayo, que se realizará hoy.
Raúl Castells, líder del Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionados, llamó a provocar un levantamiento popular. "Vamos por otro 20 de diciembre que ponga fin a este desastre. Estos hechos marcan el fin de un gobierno cipayo al Fondo Monetario Internacional (FMI)", enfatizó en una conferencia de prensa al convocar a este nuevo desafío.
La Central de Trabajadores Argentinos (CTA) informó, pasadas las 17, que acompañará la manifestación con un paro activo.
Para esa hora, las inmediaciones de la Casa de Gobierno y del Congreso ya estaban valladas y la Policía Federal copaba las calles.
Militantes y dirigentes de ARI y varios partidos de izquierda improvisaron una protesta en la Plaza de Mayo al caer la noche, que terminó sin que se produjeran incidentes. Un grupo de jóvenes con banderas de la asociación Madres de Plaza de Mayo cortó la avenida Callao, frente al Congreso, y fue repelida por la policía con gases lacrimógenos.
El edificio del Parlamento había sido desalojado a las 15, a raíz de una amenaza de bomba recibida en la central telefónica.
Otros manifestantes volvieron a esa zona por la noche y quemaron una carpa instalada por seguidores del ex golpista Mohamed Alí Seineldín.
El secretario Alvarez prometió luego que se investigará lo sucedido "hasta las últimas consecuencias" y reiteró el argumento de que los piqueteros habían iniciado la agresión.
"No había con quien dialogar. Hemos demostrado en seis meses una enorme prudencia en el uso de las fuerzas de seguridad. Debemos preguntarnos qué cambió. ¿Fuimos nosotros o los que protestaron fueron otros?", se preguntó el funcionario.
Duhalde seguía a última hora de ayer reunido con sus colaboradores, con la intención de diseñar un esquema de prevención. Espera hoy otra jornada tensa, de esas que creía parte de su pasado
LA NACION
El análisis de la noticia
Crónica de una violencia anunciada
Por Fernando Laborda
De la Redacción de Jueves 27 de junio de 2002 | Publicado en edición impresa
Un grupo radicalizado de piqueteros se enfrenta con la policía en la bajada del puente Pueyrredón, sobre Pavón. / Martín Lucesole
Como la crónica de una violencia anunciada podría ser considerado el relato de los trágicos hechos ocurridos ayer en Avellaneda, en los que murieron dos personas y hubo casi un centenar de heridos, entre ellos, por lo menos dos policías.
Lo sorprendente de este caso no debería ser tanto su lamentable resultado, sino que no se haya registrado antes.
Lo verdaderamente curioso es que, desde que en 1997 comenzaron a desarrollarse cortes de rutas y de calles como nuevas formas de protesta social hasta la actualidad, se hayan concretado alrededor de 4000 manifestaciones de este tipo en todo el país, sin que se hayan generado muchas más víctimas.
Que un grupo de personas, por atendibles y legítimas que sean sus demandas, se arrogue la facultad de privar a otras personas de un derecho que la Constitución les reconoce expresamente, como la libertad de trabajar y de circular por el territorio nacional, resulta un atropello que puede desatar consecuencias imprevisibles.
Sin ir más lejos, el 6 de febrero último un hecho ocurrido en la localidad bonaerense de Monte Grande encendió una señal de alarma. Cuando un piquete cortaba la ruta 205, un automóvil superó la posición del patrullero policial estacionado preventivamente; su conductor pretendió burlar la línea las cubiertas que ardían y los piqueteros trataron de detenerlo.
Ante la resistencia del automovilista, se generaron forcejeos y situaciones de violencia que terminaron cuando quien manejaba el auto extrajo un arma de fuego y mató a uno de los integrantes del piquete.
El fenómeno piquetero
El fenómeno de los piqueteros ha surgido hace pocos años de la mano de un contexto signado por la crisis de representación política y sindical, junto a la incapacidad del sistema político para procesar crecientes demandas sociales.
No es un fenómeno sencillo. Más que una manifestación de la crisis social, el movimiento piquetero es una manifestación fronteriza -y por cierto violenta e inaceptable- de la política.
No obstante, tal vez no existiría sin un contexto socioeconómico como el de los últimos años. En esto, resultaría impropio ser acertivos, porque con otra Argentina, tan distinta de la actual, ¿por qué se produjo la subversión de los años 70?
Los piqueteros conforman, al mismo tiempo, un fenómeno mediático. El corte de rutas implica actos de insubordinación civil y la búsqueda de un impacto en los medios masivos, como la televisión, que potencie sus demandas y haga, en muchos casos, que el sistema político las canalice.
¿Cómo caracterizar a sus integrantes? En el movimiento piquetero hay de todo como en botica:
- Están en primer lugar los desempleados y los que tienen hambre.
- Están también los dirigentes que buscan sacar su propia tajada, recibiendo y distribuyendo planes sociales que fueron una suerte de subsidios encubiertos disfrazados de puestos de trabajo, utilizados políticamente.
- Y están, por último, los pescadores en río revuelto que aspiran a conducir el conflicto social con una dosis de violencia mayor.
Es probable que, a la luz de los hechos sucedidos ayer, este último grupo haya tenido una más elevada participación. En anteriores movilizaciones, los piqueteros demostraron un llamativo nivel organizativo, con una estructura de mando clara y una logística casi perfecta, que contribuyó a evitar enfrentamientos con la policía. Ese grado de organización no se advirtió ayer, por lo menos en el puente Pueyrredón, donde se registraron los más graves incidentes.
No debe descartarse que ese nivel de desorden y rebeldía haya sido generado por las diferencias suscitadas entre las distintas agrupaciones que convocaron a los actos de protesta de ayer, frente a la advertencia oficial de que las fuerzas de seguridad no permitirían los cortes en los caminos.
EL PAIS › LOS ASESINATOS SE COMETIERON LEJOS DEL PUENTE DONDE COMENZO LA PROTESTA
La cacería policial terminó con dos muertos a balazos
Las fuerzas de seguridad tomaron una parte de Avellaneda para cazar a los piqueteros que antes habían sido dispersados en el puente Pueyrredón, acceso clave a la Capital Federal. Y la cacería fue sangrienta: dos muertos, 90 heridos, varios de ellos con balas de plomo, más de 150 detenidos.
Por Laura Vales
Los dos muertos llegaron al Hospital Fiorito sin documentos, con inocultables heridas de bala. Uno con un disparo en la espalda, a la altura del glúteo. “Un chico muy joven, de menos de 25 años”, describió la médica que lo recibió en la guardia. El otro con un balazo en el pecho. No hubo nada que hacer, los dos llegaron fríos. Los familiares reconocieron los cuerpos varias horas más tarde: Darío Santillán, de 21 años, y Maximiliano Costeki, de 25. Ambos pertenecían a la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón. Por lo que se sabe hasta ahora, cayeron escapando de la policía, uno de ellos porque decidió auxiliar a otro herido, los dos bastante después de iniciado el operativo de represión que la bonaerense desató en la bajada del Puente Pueyrredón como inicio de una cacería que prolongó durante varias horas por las calles de Avellaneda.
La represión empezó sin previo anuncio, con un incidente cuyo origen se pareció a un error o a un acto de estupidez. Tal como estaba previsto, piqueteros de cuatro organizaciones (la Coordinadora Aníbal Verón, el Movimiento de Jubilados y Desocupados de Raúl Castells, el Bloque Nacional y Barrios de Pie) se concentraron desde las once de la mañana en el acceso que comunica Avellaneda con la Capital. La jornada de protesta de ayer incluía el corte de cinco puentes, pero la interrupción del de Avellaneda había quedado a cargo de los de la Verón. Por eso se vio allí a mayoría de desocupados de ese sector, fuertes en el sur del conurbano.
Sus integrantes se reunieron para marchar frente a la estación de trenes de Avellaneda. A las once y media de la mañana habían formado una columna de doscientos metros de largo a lo largo de la avenida Hipólito Yrigoyen, tres cuadras antes del puente.
Un segundo grupo de manifestantes, encabezados por la mujer de Raúl Castells, Nina Peloso, los esperó frente al Bingo Avellaneda. Había sol, y las mujeres se dedicaron a sacar pequeñas viandas de sus bolsos para almorzar. En la calle no se veían chicos. La gente los dejó en casa porque existía temor por una eventual represión, aunque nadie pensaba que podría ocurrir de la manera brutal y sin preámbulos en que después sucedió.
–Espero que antes de darnos palos nos avisen –dijo Nina Peloso a Página/12, entre la preocupación y la broma, mientras esperaba la llegada de los otros manifestantes.
Tampoco Darío Santillán, el más joven de los muertos del día, imaginaba lo que iba a pasar. Página/12 lo cruzó en la misma vereda donde las piqueteras comían su almuerzo. Santillán había acompañado al diario poco tiempo atrás a hacer una nota en el barrio La Fe, donde el MTD de Lanús tiene una fábrica de ladrillos huecos con la que los habitantes del asentamiento quieren reemplazar sus casas de chapa. Tras el encuentro hubo una suerte de charla informal. Darío parecía despreocupado. Anoche sus compañeros contaron que lo vieron por última vez en la estación Avellaneda, donde decidió quedarse para auxiliar a un herido.
Un tercer grupo de manifestantes se reunió en la plaza Alsina, a varias cuadras de distancia. Quince minutos antes del mediodía, las dos columnas más alejadas del puente empezaron a marchar para confluir en él. Un helicóptero sobrevolaba el área, mientras abajo se apostaban efectivos de la policía y la prefectura.
Lo imprevisto pasó apenas la gente llegó al lugar del corte. Con el grupo de manifestantes de la Verón delante (justo en la bajada del Pueyrredón) y otro detrás (los de la Plaza Alsina, que iban caminando por la avenida Mitre), la infantería tendió un cordón policial en el medio. Esa línea de uniformados quedó parada, atravesando la calle, hasta que tuvo a las dos columnas a diez centímetros de distancia. Es la que mostraron, aunque acotada por el ancho de la pantalla, algunos canales de televisión. Cuando policías y piqueteros estuvieron cara a cara empezaron los empujones, los forcejeos, las trompadas. Diez segundos más tarde la policía lanzó el primer gas lacrimógeno y un minuto después la gentecorría en desbandada, escapando de los disparos. A partir de allí la represión se extendió en un crescendo que se pareció bastante a una cacería.
Norma Giménez corrió hacia atrás, buscando regresar por Mitre hacia la Plaza Alsina. Calcula que habría hecho la primera cuadra cuando sintió los disparos en la espalda: cuatro balas de goma de que atravesaron su campera, el suéter, una camiseta, antes de lastimarle la piel. A su sobrino Leonardo Torales le fue peor: una bala le atravesó el pulmón y tuvo que ser operado de urgencia. Norma dice que vio francotiradores sobre el puente peatonal pegado a la entrada del Pueyrredón. “Ibamos corriendo por la avenida, gritando que no nos tiren y vimos caer a otro chico en una esquina”, relató a Página/12 en el Hospital Fiorito.
Otros corrieron por Hipólito Yrigoyen buscando llegar a la estación de Avellaneda. La intención era que los piqueteros de más edad pudieran subirse a un tren para salir de la zona. La policía tiró gases lacrimógenos dentro de la estación. Allí murió por lo menos uno de los manifestantes, posiblemente Darío Santillán.
La diputada porteña Vilma Ripoll habló más tarde con un testigo que, al parecer, auxilió en el lugar. “Encontró a un pibe tirado en el piso, sangrando, al que la policía quiso levantar para llevárselo preso. Este hombre vio que el chico se estaba muriendo y les pidió que pararan, porque lo estaban arrastrando como si fuera un saco de papas”, contó ayer. “El pibe tenía un tiro en la zona lumbar y sangraba. Cuando el hombre insistió en que el chico estaba muy mal, lo metieron en un vehículo y lo llevaron al hospital.”
Unos ochocientos manifestantes intentaron mantenerse sobre la Yrigoyen, pero la cantidad de gases lacrimógenos en el aire era tal que era imposible permanecer en el lugar sin desmayarse. Todo estaba envuelto en una neblina irrespirable. La avenida se convirtió muy pronto en una zona de guerra: los uniformados avanzando, tirando gases y disparando sobre el tumulto, los manifestantes más jóvenes tirando molotovs dentro de los locales comerciales, armados con honderas y piedras. Algunos arrancaron marquesinas de publicidad y trataron de armar barricadas para volver a cortar la calle, pero los gases no los dejaron permanecer.
Cien metros antes de llegar a la estación quedó el esqueleto de un colectivo incendiado. Según dijo la policía, por piqueteros que subieron con un fusil.
En la calle hubo persianas bajas y gente espiando desde los techos, con miedo a todo: a la policía y a los manifestantes. Allí donde el tráfico no estaba cortado, los heridos trataban de llegar al hospital o al menos alejarse del área. Pasó un grupo de cinco personas cargando a la rastra a una mujer desmayada. Los automovilistas continuaron su camino ignorando los pedidos de auxilio.
Pasó un hombre con una pierna baleada, apoyándose para caminar en el hombro de otro. El dúo consiguió entrar a la estación de Gerli, pero una vez dentro tiraron más gases y tuvo que volver a salir. Los curiosos que se habían asomado cerraron puertas y ventanas a su paso. Si tuvieron suerte, habrán podido treparse a algún colectivo.
La columna central fue así retrocediendo, desgajándose por las cuadras adyacentes, recibiendo nuevas cargas por patrulleros que llegaban cada tanto desde los costados. Una vez dispersada en grupos menores, la gente era detenida. Más de 50 personas fueron rodeadas, en Mariano Acosta al 1300, y trasladadas a la comisaría 1ra de Avellaneda. Los dirigentes piqueteros dijeron ayer que a la medianoche aún faltaba que unos treinta volvieran a sus casas.
La tarde terminó con 160 detenidos, 90 heridos y los dos muertos. La policía no tuvo heridos de bala. Sólo el jefe del operativo, comisario Alfredo Franchiotti, dijo que lo había lastimado un proyectil. Tenía un raspón en el cuello, y un ojo morado producto de la furia de los familiares que le pegaron en el Hospital Finochietto, cuando el oficialintentó acercarse a los medios para ostentar el rasguño. El comisario, golpeado y todo, se dio el gusto de difundir su versión de lo sucedido: “Actuamos porque esa gente iba dispuesta a combatir”, dijo a las cámaras. “Nos dimos cuenta por sus cánticos”.
La represión empezó sin previo anuncio, con un incidente cuyo origen se pareció a un error o a un acto de estupidez. Tal como estaba previsto, piqueteros de cuatro organizaciones (la Coordinadora Aníbal Verón, el Movimiento de Jubilados y Desocupados de Raúl Castells, el Bloque Nacional y Barrios de Pie) se concentraron desde las once de la mañana en el acceso que comunica Avellaneda con la Capital. La jornada de protesta de ayer incluía el corte de cinco puentes, pero la interrupción del de Avellaneda había quedado a cargo de los de la Verón. Por eso se vio allí a mayoría de desocupados de ese sector, fuertes en el sur del conurbano.
Sus integrantes se reunieron para marchar frente a la estación de trenes de Avellaneda. A las once y media de la mañana habían formado una columna de doscientos metros de largo a lo largo de la avenida Hipólito Yrigoyen, tres cuadras antes del puente.
Un segundo grupo de manifestantes, encabezados por la mujer de Raúl Castells, Nina Peloso, los esperó frente al Bingo Avellaneda. Había sol, y las mujeres se dedicaron a sacar pequeñas viandas de sus bolsos para almorzar. En la calle no se veían chicos. La gente los dejó en casa porque existía temor por una eventual represión, aunque nadie pensaba que podría ocurrir de la manera brutal y sin preámbulos en que después sucedió.
–Espero que antes de darnos palos nos avisen –dijo Nina Peloso a Página/12, entre la preocupación y la broma, mientras esperaba la llegada de los otros manifestantes.
Tampoco Darío Santillán, el más joven de los muertos del día, imaginaba lo que iba a pasar. Página/12 lo cruzó en la misma vereda donde las piqueteras comían su almuerzo. Santillán había acompañado al diario poco tiempo atrás a hacer una nota en el barrio La Fe, donde el MTD de Lanús tiene una fábrica de ladrillos huecos con la que los habitantes del asentamiento quieren reemplazar sus casas de chapa. Tras el encuentro hubo una suerte de charla informal. Darío parecía despreocupado. Anoche sus compañeros contaron que lo vieron por última vez en la estación Avellaneda, donde decidió quedarse para auxiliar a un herido.
Un tercer grupo de manifestantes se reunió en la plaza Alsina, a varias cuadras de distancia. Quince minutos antes del mediodía, las dos columnas más alejadas del puente empezaron a marchar para confluir en él. Un helicóptero sobrevolaba el área, mientras abajo se apostaban efectivos de la policía y la prefectura.
Lo imprevisto pasó apenas la gente llegó al lugar del corte. Con el grupo de manifestantes de la Verón delante (justo en la bajada del Pueyrredón) y otro detrás (los de la Plaza Alsina, que iban caminando por la avenida Mitre), la infantería tendió un cordón policial en el medio. Esa línea de uniformados quedó parada, atravesando la calle, hasta que tuvo a las dos columnas a diez centímetros de distancia. Es la que mostraron, aunque acotada por el ancho de la pantalla, algunos canales de televisión. Cuando policías y piqueteros estuvieron cara a cara empezaron los empujones, los forcejeos, las trompadas. Diez segundos más tarde la policía lanzó el primer gas lacrimógeno y un minuto después la gentecorría en desbandada, escapando de los disparos. A partir de allí la represión se extendió en un crescendo que se pareció bastante a una cacería.
Norma Giménez corrió hacia atrás, buscando regresar por Mitre hacia la Plaza Alsina. Calcula que habría hecho la primera cuadra cuando sintió los disparos en la espalda: cuatro balas de goma de que atravesaron su campera, el suéter, una camiseta, antes de lastimarle la piel. A su sobrino Leonardo Torales le fue peor: una bala le atravesó el pulmón y tuvo que ser operado de urgencia. Norma dice que vio francotiradores sobre el puente peatonal pegado a la entrada del Pueyrredón. “Ibamos corriendo por la avenida, gritando que no nos tiren y vimos caer a otro chico en una esquina”, relató a Página/12 en el Hospital Fiorito.
Otros corrieron por Hipólito Yrigoyen buscando llegar a la estación de Avellaneda. La intención era que los piqueteros de más edad pudieran subirse a un tren para salir de la zona. La policía tiró gases lacrimógenos dentro de la estación. Allí murió por lo menos uno de los manifestantes, posiblemente Darío Santillán.
La diputada porteña Vilma Ripoll habló más tarde con un testigo que, al parecer, auxilió en el lugar. “Encontró a un pibe tirado en el piso, sangrando, al que la policía quiso levantar para llevárselo preso. Este hombre vio que el chico se estaba muriendo y les pidió que pararan, porque lo estaban arrastrando como si fuera un saco de papas”, contó ayer. “El pibe tenía un tiro en la zona lumbar y sangraba. Cuando el hombre insistió en que el chico estaba muy mal, lo metieron en un vehículo y lo llevaron al hospital.”
Unos ochocientos manifestantes intentaron mantenerse sobre la Yrigoyen, pero la cantidad de gases lacrimógenos en el aire era tal que era imposible permanecer en el lugar sin desmayarse. Todo estaba envuelto en una neblina irrespirable. La avenida se convirtió muy pronto en una zona de guerra: los uniformados avanzando, tirando gases y disparando sobre el tumulto, los manifestantes más jóvenes tirando molotovs dentro de los locales comerciales, armados con honderas y piedras. Algunos arrancaron marquesinas de publicidad y trataron de armar barricadas para volver a cortar la calle, pero los gases no los dejaron permanecer.
Cien metros antes de llegar a la estación quedó el esqueleto de un colectivo incendiado. Según dijo la policía, por piqueteros que subieron con un fusil.
En la calle hubo persianas bajas y gente espiando desde los techos, con miedo a todo: a la policía y a los manifestantes. Allí donde el tráfico no estaba cortado, los heridos trataban de llegar al hospital o al menos alejarse del área. Pasó un grupo de cinco personas cargando a la rastra a una mujer desmayada. Los automovilistas continuaron su camino ignorando los pedidos de auxilio.
Pasó un hombre con una pierna baleada, apoyándose para caminar en el hombro de otro. El dúo consiguió entrar a la estación de Gerli, pero una vez dentro tiraron más gases y tuvo que volver a salir. Los curiosos que se habían asomado cerraron puertas y ventanas a su paso. Si tuvieron suerte, habrán podido treparse a algún colectivo.
La columna central fue así retrocediendo, desgajándose por las cuadras adyacentes, recibiendo nuevas cargas por patrulleros que llegaban cada tanto desde los costados. Una vez dispersada en grupos menores, la gente era detenida. Más de 50 personas fueron rodeadas, en Mariano Acosta al 1300, y trasladadas a la comisaría 1ra de Avellaneda. Los dirigentes piqueteros dijeron ayer que a la medianoche aún faltaba que unos treinta volvieran a sus casas.
La tarde terminó con 160 detenidos, 90 heridos y los dos muertos. La policía no tuvo heridos de bala. Sólo el jefe del operativo, comisario Alfredo Franchiotti, dijo que lo había lastimado un proyectil. Tenía un raspón en el cuello, y un ojo morado producto de la furia de los familiares que le pegaron en el Hospital Finochietto, cuando el oficialintentó acercarse a los medios para ostentar el rasguño. El comisario, golpeado y todo, se dio el gusto de difundir su versión de lo sucedido: “Actuamos porque esa gente iba dispuesta a combatir”, dijo a las cámaras. “Nos dimos cuenta por sus cánticos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario