La muerte de Juan Domingo Perón en la ficción:
desplazamientos de clase y reversiones en la temática de invasión
Por Viviana Plotnik - Bajar archivo en pdfComo se ha establecido en diversos estudios como los de Rodolfo Borello y Andrés Avellaneda, la literatura antiperonista de los años cincuenta y sesenta se caracterizó por representar la sensación de invasión que experimentó la clase media ante la irrupción obrera en el espacio social. Son obligadas las referencias a los relatos “Casa tomada” (1951) de Julio Cortázar y “Cabecita negra” (1962) de Germán Rosenmacher como ejemplos paradigmáticos. “Cabecita negra”, por ejemplo, hace explícito y realista lo que en el cuento de Cortázar era ambiguo y tomaba la forma de lo fantástico, cuando el protagonista observa impotente la ocupación de su casa por parte de dos hermanos:
“Todo estaba al revés. Esa china que podía ser su sirvienta en su cama y ese hombre del que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era policía, ahí, tomando su cognac. La casa estaba tomada” (39) .
Este tópico de invasión se complementaba con la asignación a los peronistas de características negativas como barbarie, irracionalidad y violencia. El cuerpo literario de esas décadas da testimonio de un eje clase media/antiperonismo que retrata el surgimiento de ese movimiento como una forma de invasión, violación y agresión del espacio civilizado de la ciudad por parte de masas bárbaras que contaminaban el espacio personal y social. Muchos de los relatos de esa época enfocados, por ejemplo, en la muerte de Eva Perón, eligían la fila de admiradores que esperaban despedirse del cuerpo, para destacar la suciedad y el mal olor así como el exhibicionismo y la promiscuidad de los peronistas. Uno de los cuentos más estudiados ha sido “La Señora muerta” (1963) de David Viñas que describe una fila donde la gente humilde reza y orina. Esta religiosidad así como la falta de pudor caracterizarían la irracionalidad y el exceso que marcaban al pueblo peronista. Por otra parte, ese mismo exceso se manifestaba en la fusión de deseo sexual y deseo político; la escena del velorio de Eva Perón era el lugar elegido para seducir a una mujer; y el antiperonismo del protagonista era, en definitiva, lo que provocaba el rechazo de ésta y frustraba la consumación de la relación sexual.
Durante la década de los años sesenta, la relación clase media /antiperonismo fue reconsiderada. Surgió lo que Carlos Altamirano llama una literatura de automortificación de la clase media que reevaluaba la percepción que tuvo la izquierda respecto al peronismo. La clase media se declaraba culpable y en deuda con el pueblo por haber sido incapaz, en palabras de Juan José Sebreli, de unir “su destino con el del proletariado”, y llamaba a convertirse en aliada del peronismo (Altamirano 103). Este proceso culminaba con la radicalización de la juventud universitaria y la creación o expansión de movimientos peronistas revolucionarios que encontraron eco en la juventud de la clase media. Este fenómeno ha dejado su marca en la literatura de ficción, especialmente en textos relativamente recientes cuyas tramas tienen lugar el día de la muerte del General Perón, es decir, en una fecha que no solamente marca la radicalización de la juventud
peronista de izquierda sino que también señala la intensificación de la violencia que presagia la pesadilla que vendrá.
Para los fines de este trabajo, me interesan particularmente dos textos, el cuento “La cola” (1982) de Fogwill y la novela La vida por Perón (2004) de David Guebel, porque no solamente eligen el día de la muerte de Perón como eje de sus narraciones sino también porque de alguna manera dialogan con el cuerpo literario previo en referencia al peronismo e invierten varios de sus postulados, entre ellos la relación clase media/antiperonismo.
En primer lugar, el relato de Fogwill establece una especie de diálogo con “La Señora muerta” de David Viñas y revierte este relato creando una versión apropiada a la década de los setenta. El cuento de Viñas destacaba, como mencioné anteriormente, una fila de gente humilde que producía inmundicias y mal olor, y rezaba y orinaba. En contraste, el narrador del relato de Fogwill resalta de la fila de 1974 que no se ve gente rezando y que abundan jóvenes universitarios y profesionales, muchos ellos militantes de izquierda que devinieron peronistas. Precisamente las anécdotas del cuento constituyen pretextos para registrar esta transformación de los hijos de una clase media “gorila” en
peronistas. Por eso, el protagonista afirma:
Recuerdo hacia 1950, en Quilmes, cuando evitábamos circular frente a las unidades Básicas Peronistas porque ahí estaban los negros. Siempre había un grupo de ellos en la puerta, haraganeando.Los “negros” eran textiles, cerveceros, sindicalistas o suboficiales de policía que nos sorprendían fumando y rompían nuestros cigarrillos. Si casualmente vestíamos el
uniforme de la escuela privada nos gritaban “contreras” y alguna vez nos obligaron a gritar con ellos “Viva Perón”. Los chicos de los negros nos tiraban piedras y cuando los enfrentamos acabamos escapando, golpeados y escupidos, porque ellos siempre escupen en las peleas. A veces aparecían por nuestro barrio: tocaban timbres, robaban flores, molestaban
a las mujeres. Una vez, en el Naútico, se infiltraron dos. No bien corrió la noticia que había negros colados en el vestuario y en la pileta de natación desde la rampa de los botes se formaron dos grupos que salieron a darles caza. Yo estaba furioso, invadido, pero no aceptaba pelear en situación tan despareja y me limité a observar la escena: los negros eran dos, los
nuestros veinte. Los rodearon gritando: “negros hijos de puta”, “roñosos”, “chorros”. Alguno se animó a golpearlos. El mayor de los negros tendría catorce años y pelo muy rubio, tal vez sería hijo de inmigrantes rusos o italianos del norte. El otro era menor y bastante morocho, sin llegar a ser un “cabecita”. Era un chico de probable ascendencia española o
portuguesa y entre los que lo golpearon había varios más morenos, pero no se dirimían cuestiones de colores de piel, era otra cosa. Ahora recuerdo a quienes insistieron en golpearlos y quienes intentamos entregarlos a la prefectura sin mayor violencia. Entre los primeros había algunos que son ahora peronistas: abogados de sindicatos, médicos peronistas, montoneros, miembros del CDO. (146-147)
Esta cita, reveladora de que las tensiones no eran raciales sino clasistas, insiste en recalcar la transformación ideológica de algunos sectores de la clase media. Por eso el narrador intenta comparar esta cola por la muerte del General Perón con la cola por la de Evita, pero se da cuenta que sus recuerdos son vagos ya que cuando murió ésta solo tenía diez años y además, no había estado presente en aquella fila. Realiza, entonces, una comparación mediatizada por fotogramas de documentales que “se confunden con las imágenes de un cuento que publicó David en tiempos de Aramburu” (154).
Vale la pena mencionar que el narrador insiste en lo absurdo de quedarse haciendo la fila ya que todos sus cálculos lo llevan a concluir que dada la longitud de la misma y el tiempo limitado de exhibición del cuerpo será imposible verlo. Sin embargo, se queda en la fila (y no es peronista). ¿Qué representa la fila sino una metáfora espacial que condensa por donde pasa la historia nacional en ese momento? Mantenerse en la fila, entonces, significa ser parte del movimiento de la historia, no quedarse afuera.
Separada por más de veinte años de la publicación del cuento de Fogwill, la novela de Daniel Guebel, La vida por Perón también elige el día de la muerte de Perón como eje de la trama y también evoca textos previos para revertirlos. La novela se hace eco de los relatos “Casa tomada” de Julio Cortázar y “Cabecita negra” de Germán Rozenmacher pero revierte los roles invasor/invadido y ahora son jóvenes
revolucionarios de clase media los que invaden una casa de una familia obrera. Esta familia sufre una muerte el mismo día que muere el General Perón y la farsa necrofílica que se pone en marcha evoca la novela de Mario Szichman, A las 20:25, la Señora entró en la inmortalidad, donde la familia protagonista sufría una muerte el mismo día que Evita. Sin embargo, ya no se trata de un gobierno peronista que obstaculiza el entierro de la muerta de una familia de clase media como ocurría en la novela de Szichman, sino de
militantes del peronismo revolucionario que se apropian del cadáver de un obrero para sustituirlo por el de Perón.
Los tópicos de puesta en escena e invasión que marcan la novela de Guebel están presentes desde la escena inicial. El mismo día que muere Perón, Alfredo Alvarez, el ingenuo protagonista, hijo de “peronistas de toda la vida” y militante de una Unidad Básica participa como apuntador en una obra de teatro sobre Juan Moreira. Norma, su jefa en la Unidad Básica e integrante de la célula que realizará el operativo que requerirá intensa manipulación de su parte respecto a Alfredo, irrumpe en el teatro, interrumpe un ensayo y se lleva a Alfredo, no sin antes criticar la obra por “reaccionaria” y condenar a sus participantes. Lo que sigue es una farsa perpetrada por esta célula sin que Alfredo se entere hasta el final: han asesinado a su padre con el fin de sustituir su cadáver, al cual embalsaman y maquillan, por el Perón a fin de prevenir un supuesto complot militar que implica secuestrar el cuerpo del mandatario.
El grupo de jóvenes revolucionarios toma la casa de la familia Alvarez con el pretexto de hacerse cargo del velatorio del padre de Alfredo y se produce entonces un choque entre dos códigos culturales: el de una familia sencilla y humilde de obreros ferroviarios, peronistas de la “Resistencia” con una devoción emocional y cuasi-religiosa por Perón y Evita, y el de un grupo de jóvenes autoritarios, dogmáticos y maniqueístas, cuyas bases intelectuales son “Marx, Cooke, Fanon, las últimas encíclicas del Vaticano” (113). La novela destaca las dificultades que tienen estos jóvenes en reconocer la realidad, a la cual distorsionan para que encaje con sus preconcepciones. Por eso, por ejemplo, se enfatizan sus racionalizaciones para explicar la falta de apoyo de Perón y las divergencias ideológicas, estratégicas o tácticas con éste como resultado del cerco de “la burocracia sindical y los gorilas que lo entornaron y lo forzaron a llevar adelante una línea política
con la que Perón en el fondo no coincidía” (24-5). Precisamente, una parte del operativo que han organizado consiste en que un locutor con una voz similar a la de Perón grabe un mensaje para el pueblo. En este mensaje el falso presidente de la Nación anuncia antes de
morir que sus herederos políticos son la juventud peronista y sus formaciones especiales para que hagan realidad la “patria justa, libre y soberana: la patria peronista. . . que es la patria socialista” (172). Cuando uno de los jóvenes expresa preocupación respecto a la credibilidad que pueda tener el mensaje ante la opinión pública, el lider del grupo responde: “Es lo que Perón siempre quiso decir y no pudo. Por culpa del entorno” (173).
De manera similar, cuando el jefe del grupo había visitado a Perón en su exilio madrileño, éste había descrito una escena de un programa del cómico de televisión Pepe Biondi que el primero interpretó como un mensaje en código a través del cual el ex presidente alentaba a la juventud peronista a organizar milicias populares.
Esta novela construida con diálogos que evocan la retórica política de la época constituye una dura crítica de los militantes de los setenta. El maniqueismo de los personajes se revela en frases como: “O estás con nosotros o estás con los otros. De una vereda los reaccionarios, de otra vereda los revolucionarios.” (56). Su autoritarismo se pone de manifiesto en numerosas oportunidades, por ejemplo, cuando Alfredo se da cuenta de cómo lo han engañado y se opone a que el cadáver de su padre sea expuesto a un secuestro, uno de los jefes del operativo le responde: “Es una decisión y usted no tiene que pensar nada, ni decir nada, ni oponerse a nada. Usted tiene que escuchar lo que le dicen, callarse la boca y obedecer órdenes” (112).
Si bien la necrofilia que permea el texto tiene bases en la historia y literatura argentinas, su presencia se ve acentuada por el culto a la muerte de los invasores. El enfatizado compromiso de “dar la vida por Perón” con que insisten los militantes, y que le presta el título de la novela, se complementa con la escena de seducción en el baño: allí Norma le dice a Alfredo,cuyo padre está muerto en la casa: “¿A vos te excita la muerte? A mi me calienta. Me calienta muchísimo. A mi me calienta la Revolución.” (75). Esta frase, precisamente, condensa el problema que presenta el texto: la fusión entre muerte y revolución que allana el camino para el trágico desenlace. Como afirman repetidas veces los miembros de la célula: “Primero está la patria, después el movimiento, y por último están tu mamá y mi mamá” (161-2), es decir: “Un revolucionario no puede anteponer sus preocupaciones personales al destino de la patria” (114). Sin embargo, como para Alfredo su familia es más importante que los objetivos políticos de sus compañeros, se rebela poniendo en peligro el operativo. Por eso el jefe de la célula lo ejecuta obligándolo a decir antes de recibir el tiro de gracia “Perón o muerte” y “Libres o muertos, jamás esclavos” (188).
Es notable que el único miembro del operativo que carece de certezas absolutas sea Santiago, el joven de menor jerarquía en la célula y cuyo rol consiste en vigilar la puerta de la casa de la familia Alvarez. Como presagio de la pesadilla que vendrá, cuando se pregunta: “¿Y si nos equivocamos y todo lo que estamos haciendo es un error y no sirve para nada?”, su respuesta es: “En ese caso los cadáveres se van a seguir apilando uno encima del otro haciendo una escalera al cielo….lo que va a haber es olor a muerto que le va a quitar el aire a todo el Universo” (146).
Una pregunta que valdría la pena hacerse es: ¿esta novela es un caso aislado o existe una tendencia crítica considerable respecto a la militancia de la década del setenta? Si lo último es lo cierto, ¿por qué surge ahora?¿Es un aspecto más del complejo proceso del duelo por los treinta mil muertos o simplemente una desmitificación del idealismo y el compromiso político en la supuesta era postmoderna? ¿Cómo se reconciliaría esta novela con textos que toman un camino interpretativo diferente como por ejemplo los tres volúmenes de La voluntad de Eduardo Anguita y Martin Caparrós, cuya perspectiva es mas bien nostálgica y celebratoria de la militancia setentista? Creo que el debate posible sobre esta cuestión está de alguna forma presente en el relato “Digamos boludeces” (2000) de José Pablo Feinmann. Allí un grupo de ex compañeros de universidad que no se ven desde 1970 organizan un reencuentro en un restaurante veinticinco años más tarde.
Después de la sorpresa inicial al descubrir vivos a varios que se temía que hubiesen sido asesinados por la dictadura, los comensales, algo embriagados, comienzan a burlarse de la retórica política de la izquierda revolucionaria de los setenta. Estas bromas degeneran en agresiones de tono antisemita y necrofílico, y provocan la reacción negativa de uno de los ex compañeros, supuestamente el que había estado “muy metido” (174) y el que mayor sorpresa había provocado por estar vivo. Este hombre cancela la atmósfera celebratoria y la uniformidad del punto de vista del grupo cuando los interrumpe y los acusa de ser unos miserables, y afirma con indignación: “Hay cosas con las que no se jode”.
Este cuento de Feinmann opera con una doble ironía: una ironía textual que expresan los personajes que se burlan de la militancia de los setenta y su retórica ideológica, y una metaironía sobre estos burladores que celebran el individualismo, “la era del posdeber”, de los “imperativos livianos” y “del vacío” (172). Lo que revela el cuento es la violencia agazapada bajo la celebración de estos postulados aparentemente neutrales en una década donde pareciera que aquella ha sido superada. De esta manera, señala cuestiones aún no resueltas, entre ellas, la relación entre clase media, izquierda y peronismo que la ficción sigue intentando elucidar.
Bibliografía
Altamirano, Carlos. Peronismo y cultura de izquierda. Buenos Aires: Temas Grupo Editorial, 2001.
Avellaneda, Andrés. El habla de la ideología. Buenos Aires: Sudamericana, 1983.
Borello, Rodolfo. El peronismo (1943-1955) en la narrativa argentina. Ottawa: Dovehouse Editions Canada, 1991.
Guebel, Daniel. La vida por Perón. Buenos Aires: Emecé, 2004.
Feinmann, José Pablo. “Digamos boludeces.” Perón Vuelve: Cuentos sobre peronismo.
Selección de Sergio S. Olguín. Buenos Aires: grupo Editorial Norma, 2000.
Fogwill. “La cola.” Perón Vuelve: Cuentos sobre peronismo.
Rozenmacher, Germán. “Cabecita negra.” Perón Vuelve: Cuentos sobre peronismo.
Szichman, Mario. A las 20:25, la señora entró en la inmortalidad. Hanover: Ediciones del Norte, 1981.
Viñas, David. “La Señora muerta.” Las malas costumbres. Buenos Aires: Editorial Jamcana, 1963.
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