En Buenos Aires, alienación y vida cotidiana, Sebrelli es el primero, en 1964, en dar esta clave de lectura:
“Casa tomada expresa fantásticamente esa angustiosa sensación de invasión que el cabecita negra provoca en la clase media”. Como la mayoría de los textos literarios no han sido escritos por cabecitas negras sino por intelectuales de las capas medias, todos ellos coinciden de algún modo en esta sensación de invasión, de no poder escuchar el último concierto de Alban Berg por culpa de los gritos populares, peronistas, del altoparlante. Andrés Avellaneda, que es uno de los teóricos que más se especializaron en análisis ideológicos en textos literarios, dice en su estudio “El habla de la ideología” lo siguiente:
“El sentimiento de invasión es típico en la clase media opositora al peronismo de la época, muchas veces racionalizado aquél prestigiosamente con la dicotomía de sarmiento de civilización frente a barbarie”.
“Casa tomada expresa fantásticamente esa angustiosa sensación de invasión que el cabecita negra provoca en la clase media”. Como la mayoría de los textos literarios no han sido escritos por cabecitas negras sino por intelectuales de las capas medias, todos ellos coinciden de algún modo en esta sensación de invasión, de no poder escuchar el último concierto de Alban Berg por culpa de los gritos populares, peronistas, del altoparlante. Andrés Avellaneda, que es uno de los teóricos que más se especializaron en análisis ideológicos en textos literarios, dice en su estudio “El habla de la ideología” lo siguiente:
“El sentimiento de invasión es típico en la clase media opositora al peronismo de la época, muchas veces racionalizado aquél prestigiosamente con la dicotomía de sarmiento de civilización frente a barbarie”.
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Diario Clarin
Todos vivimos en Casa Tomada, Marcelo A. Moreno
Los porteños de principios de siglo nos parecemos cada vez más al desdichado protagonista de “Casa tomada”.
Como él, notamos que, poco a poco pero de manera inexorable y pavorosa, el delito empequeñece el espacio que habitamos y merma nuestros caminos.
El deslumbrante cuento de Julio Cortázar fue publicado por Jorge Luis Borges en una revista en 1947. La narración relata cómo dos hermanos sienten que la antigua casa en la que viven desde hace años es invadida, cuarto por cuarto, por fuerzas que no logran ni ver ni descifrar.
La interpretación más común lo relaciona con el avance del peronismo. En realidad, es la más vulgar: “Casa tomada” excede las circunstancias en que fue escrito y se inscribe en la tradición de la mejor literatura metafísica.
Una gran diferencia consiste en que nosotros sí sabemos qué agentes nos saquean el espacio. Como los del cuento, son siniestros pero no misteriosos: los conocemos demasiado.
Otra, que el peronismo no es novedad alguna y ha gobernado -con resultados al menos muy discutibles- la mayor parte de la restauración democrática.
Aunque una jueza de la Corte opine que se trata de una sofisticada elaboración periodística y en eso coincida con el ministro de Justicia y Seguridad, que suele descubrir cada tanto la “crónica-ficción”, la inseguridad nos ha robado espacios y tiempo, además de la tranquilidad, por cierto.
Hay rutas que ya no tomamos a determinadas horas, trenes en los que sabemos que viajar supone una aventura, barrios que ya no frecuentamos, calles por las cuales circulamos sólo a ciertas horas.
Cada uno tiene su mapa particular, según la preocupación o el valor que lo asista. Lo más melancólico es que el fenómeno nos despoja, progresivo, de esa entidad tan bella y deliciosa llamada libertad.
Además, nos vuelve seres cautelosos, temerosos, llenos de precauciones, melindres y cuidados que oscilan, absurdos, entre la humillación y el ridículo.
Actos antes cotidianos y espontáneos como ir al banco, llevar plata encima, cruzar una plaza al anochecer, abrir la puerta de un garage o de la casa ahora se han convertido en sucesos de compleja ingeniería, que requieren de una estrategia y una logística eficaces.
La espera de un hijo joven que ha salido de noche hoy, para muchos, implica sumergirse en una película de terror de final abierto.
A cambio de este armonioso panorama -y a diferencia del protagonista de “Casa tomada”- ritualmente recibimos las monocordes explicaciones de nuestros gobernantes que nos cuentan que todo se trata de una mera sensación o, en caso de cambiar rápidamente de discurso -cosa que hacen con indiferente frecuencia- nos asestan algún anuncio más o menos rimbombante sobre la cantidad de fuerzas que piensan sumar a la represión del delito.
Es lo que acaba de hacer nuestra Presidenta que, eso sí, de paso nos enseñó que la ola delictiva se relaciona con la pobreza y la desigualdad extremas, cosa sobre la cual no teníamos ni idea luego de seis años de gobierno matrimonial redistribuyendo la riqueza a troche y moche.
Y de la misma forma que no supone una noticia la relación pobreza-delito, no nos serena otra proclama sobre más efectivos y patrulleros, ya que somos sufridos testigos que ni siquiera la suma de las fuerzas de seguridad más el desproporcionado ejército de custodios privados ha servido para mejorar las cosas.
El paisaje de nuestra libertad hurtada se completa con los habituales cortes de calles y rutas, panorama cercado por el cinturón hediondo de un río podrido hace décadas. Todo naturalizado, como si tal cosa.
Que es justamente lo que ocurre en “Casa tomada”: los hermanos van siendo desplazados hacia el fin, pero el drama se desarrolla como si nada pasara. Y nadie más interviene porque a nadie le importa un bledo y así es como se desencadena lo terrible.
Como él, notamos que, poco a poco pero de manera inexorable y pavorosa, el delito empequeñece el espacio que habitamos y merma nuestros caminos.
El deslumbrante cuento de Julio Cortázar fue publicado por Jorge Luis Borges en una revista en 1947. La narración relata cómo dos hermanos sienten que la antigua casa en la que viven desde hace años es invadida, cuarto por cuarto, por fuerzas que no logran ni ver ni descifrar.
La interpretación más común lo relaciona con el avance del peronismo. En realidad, es la más vulgar: “Casa tomada” excede las circunstancias en que fue escrito y se inscribe en la tradición de la mejor literatura metafísica.
Una gran diferencia consiste en que nosotros sí sabemos qué agentes nos saquean el espacio. Como los del cuento, son siniestros pero no misteriosos: los conocemos demasiado.
Otra, que el peronismo no es novedad alguna y ha gobernado -con resultados al menos muy discutibles- la mayor parte de la restauración democrática.
Aunque una jueza de la Corte opine que se trata de una sofisticada elaboración periodística y en eso coincida con el ministro de Justicia y Seguridad, que suele descubrir cada tanto la “crónica-ficción”, la inseguridad nos ha robado espacios y tiempo, además de la tranquilidad, por cierto.
Hay rutas que ya no tomamos a determinadas horas, trenes en los que sabemos que viajar supone una aventura, barrios que ya no frecuentamos, calles por las cuales circulamos sólo a ciertas horas.
Cada uno tiene su mapa particular, según la preocupación o el valor que lo asista. Lo más melancólico es que el fenómeno nos despoja, progresivo, de esa entidad tan bella y deliciosa llamada libertad.
Además, nos vuelve seres cautelosos, temerosos, llenos de precauciones, melindres y cuidados que oscilan, absurdos, entre la humillación y el ridículo.
Actos antes cotidianos y espontáneos como ir al banco, llevar plata encima, cruzar una plaza al anochecer, abrir la puerta de un garage o de la casa ahora se han convertido en sucesos de compleja ingeniería, que requieren de una estrategia y una logística eficaces.
La espera de un hijo joven que ha salido de noche hoy, para muchos, implica sumergirse en una película de terror de final abierto.
A cambio de este armonioso panorama -y a diferencia del protagonista de “Casa tomada”- ritualmente recibimos las monocordes explicaciones de nuestros gobernantes que nos cuentan que todo se trata de una mera sensación o, en caso de cambiar rápidamente de discurso -cosa que hacen con indiferente frecuencia- nos asestan algún anuncio más o menos rimbombante sobre la cantidad de fuerzas que piensan sumar a la represión del delito.
Es lo que acaba de hacer nuestra Presidenta que, eso sí, de paso nos enseñó que la ola delictiva se relaciona con la pobreza y la desigualdad extremas, cosa sobre la cual no teníamos ni idea luego de seis años de gobierno matrimonial redistribuyendo la riqueza a troche y moche.
Y de la misma forma que no supone una noticia la relación pobreza-delito, no nos serena otra proclama sobre más efectivos y patrulleros, ya que somos sufridos testigos que ni siquiera la suma de las fuerzas de seguridad más el desproporcionado ejército de custodios privados ha servido para mejorar las cosas.
El paisaje de nuestra libertad hurtada se completa con los habituales cortes de calles y rutas, panorama cercado por el cinturón hediondo de un río podrido hace décadas. Todo naturalizado, como si tal cosa.
Que es justamente lo que ocurre en “Casa tomada”: los hermanos van siendo desplazados hacia el fin, pero el drama se desarrolla como si nada pasara. Y nadie más interviene porque a nadie le importa un bledo y así es como se desencadena lo terrible.
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