“Lo siniestro”
En 1919 Freud escribió un artículo titulado "Lo siniestro" en el que trataba de dilucidar, como su nombre indica, cuál era el sentido concreto de la experiencia de lo siniestro.
En principio, lo siniestro se identifica con lo que produce espanto, con lo pavoroso, espeluznante, inquietante o lúgubre. Sin embargo, la verdadera clave que encauzará el estudio freudiano se obtendrá del examen de aquel término del cual, en su propia lengua alemana, deriva lo que nosotros llamamos siniestro: lo unheimlich, que además de siniestro significa también inhóspito, no es sino la ausencia o negación de lo heimlich, adjetivo que, procedente del sustantivo Heim (hogar), cabría traducir como lo propio de la casa, lo familiar, lo no extraño, lo que recuerda al hogar, lo confortable, entrañable o íntimo. Pero, sorprendentemente, heimlich posee a su vez en alemán otro sentido muy distinto al mencionado: heimlich sería lo secreto, lo oculto, lo que no debe manifestarse e incluso lo que se sustrae al conocimiento o se muestra como impenetrable. Así pues, si lo heimlich denota por una parte lo familiar y conocido, también puede designar, por otra, aquello que, siendo desconocido e insondable, constituye igualmente una fuente de temor.
Del hecho de que lo heimlich o familiar evolucionara en alemán hasta el punto de llegar a significar su contrario, es decir, lo unheimlich o siniestro, Freud concluirá que lo siniestro no sería en el fondo más que algo así como el rostro oculto de lo familiar: lo siniestro representaría aquella forma de lo angustiante que afecta a las cosas ya conocidas y familiares. Frente a la identificación de lo nuevo, insólito o desconocido con la raíz más común de nuestros miedos, para Freud serán exclusivamente las cosas familiares las que, en un momento dado, pueden tornarse siniestras o espantosas.
Sin duda lo familiar o conocido, aquellas personas, lugares o cosas que nos reconfortan y con las que nos sentimos como en casa, son el referente por excelencia de nuestros sentimientos de protección y seguridad. En ellos encontramos el espacio donde sabernos protegidos, a salvo de cualquier posible amenaza. Son nuestro refugio, el terreno en el que ampararnos o guarecernos, el conjuro perfecto frente a los continuos peligros a los que estamos expuestos. Por ello, si en algún momento tuviéramos la sensación de que lo familiar puede convertirse también en habitáculo del miedo, quedaríamos absolutamente faltos de protección y agarradero. ¿Dónde podríamos resguardarnos en ese caso? ¿Hacia dónde huir del peligro si ese peligro emerge de lo que nos es más próximo? ¿Qué podría entonces procurarnos el sentimiento de estar a salvo? La experiencia de lo siniestro, diría Freud, responde a la súbita transformación del propio calor del hogar en algo capaz de provocarnos miedo.
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